miércoles, 12 de septiembre de 2012

Creación documental

A ver, de nuevo, sigo enroscado con la palabrita; decir "documental creativo" es encorsetarle las alas. ¿Qué es ser creativo? Es encontrar modos ingeniosos de seguir haciendo lo mismo. ¿A alguien se le ocurre decir que Bach, Picasso o mi tocayo de Aracataca son creativos? ¿Por qué seguimos con ese nombrete? Por ahí anda algo más cercano a lo que siento: "documental de creación"; porque sí, creación no tiene nada que ver con creatividad, es lo opuesto. Cuando veo que se hacen documentales "creativos" para denunciar tal o cual cosa, o para cambiar el mundo, me exaspero. ¿Es que no se dan cuenta que el camino que se aleja del enemigo es tambien el que conduce a él? La creación no cambia, crea. Brego por el documental como puerta de entrada a nuevas realidades. Y no sé cuáles son esas realidades porque aún no están creadas. No pretendo cambiar nada de lo que ya, por creado, exhibe sus misterios; eso se lo dejo a los creativos. La creación se nutre de la creación, se autofagocita. Cuando estoy haciendo una película pongo todo de mí convencido de que va a cumplir su cometido. Siempre me digo: aquí está todo, luego de esto, nada. Una vez que veo la película terminada, una sonrisita piadosa dice en mi interior que aún no he llegado a ninguna parte. Ahí comienzo de nuevo. Y otra vez me convenzo de que mi nueva película va a cumplir su cometido. ¿Es que hay algún cometido en todo esto? La creación dura solo un instante, luego es simplemente más de lo mismo. Mi andar no es un escape por un camino que lleva tanto como trae. Es experiencia pura; una provocación a los límites de los resortes que mueven la vida. Eso me gusta y me hace esperar el mañana curioso y libre de ilusiones.

En primavera florecen las ballenas

Incluso yo, que suelo andar ajeno a los informativos, la segunda cosa que pensé fue que era una tonina arrastrando algún ahogado. Por un momento me horroricé pensando en la posibilidad de aparecer en el noticiero contando cómo había sucedido mi hallazgo. Luego de descartar además la primera hipótesis, la del lobo marino gigante, un chorro de agua salió disparado hacia el cielo y se abrió por el aire como un gajo de coliflor: era una ballena. Estaba a unos setenta metros de la orilla, a medio camino entre mi casa y la punta oeste de la playa, la del arroyo. Me quedé por una hora parado mirando, a veces, mientras aguantaba, me metía en el agua helada. Cada tanto veía salir una gran cola, o una cabeza, o un lomo tirante, negro, con esos berrugones blancos como las costras de mejillones que se aferran a los palos náufragos que atracan en la playa. No había llevado mi cámara, tampoco short ni chancletas ni nada, era puramente yo. Como de costumbre tampoco hoy ví el noticiero. Pasé la mañana cortando chapas y maderas y terminando unos detalles del techo de la cabaña. Varias veces había tenido que calcular unas medidas a ojo, no necesitaba precisión pues el trabajo aceptaba cómodos márgenes de error. Hace meses que venía postergando la tarea porque estaba seguro que las chapas no serían suficientes para cubrir esa parte del techo. Ayer repetí las mediciones, tambien a ojo, e intuí que iba a andar bastante cerca. Y hoy lo comprobé; por suerte todo calzó al dedillo sin faltar ni sobrar un centímetro de chapa. Y ahí estaba yo, luego, solo en mi playa sola, intentando ahora calcular cuánto podría medir mi compañero cetáceo. Nos separaba más o menos la distancia que hay de mi cabaña a la duna. Intenté visualizar entonces a la cabaña en el agua como cuando la veo aparecer tras la arena, así podría calcular el largo de la ballena. Cualquiera con nociones de fotografía sabe que, para mostrar el tamaño de algo, pequeño o grande, siempre hay que incluir en el cuadro algún elemento familiar que, por comparación, refleje las dimensiones del sujeto que queremos mostrar. Mi única referencia era una inmensa línea del horizonte, totalmente carente de comparación posible. La proyección de mi casa, más o menos funcionaba, más menos que más. Aún así, calculé que la cola mediría unos tres metros de largo. Era grande, negra, brillante y no impulsaba, pues la ballena se quedaba ahí, muy tranquila. Debo reconocer que yo quería sentir alguna emoción, decir "qué divino", "la maravilla de la naturaleza", pues no... de a poco me he ido acostumbrando a convivir en este entorno. Por supuesto que me gusta vivir aquí, pero todo esto es parte tambien de mi rutina. De todos modos era la primera vez que veía una ballena. A veces chapoteaba la cola, al rato asomaba la cabeza, dando a entender que se había dado vuelta. Calculé que mediría unos ocho o nueve metros; en otra salida ví que entre cabeza y cola no habían más de cinco. El bicho hacía extrañísimas contorsiones, tan fulminantemente rápidas que no se condecían con la pesadez de sus movimientos al desplazarse. Era como las filmaciones de los platos voladores que, en un instante, cambian su rumbo en zigzagueos terrícolamente imposibles. Mi ballena también hizo poses de "Lago Ness" con exhibición de lomo viboreante. Entonces ví que mis certeras agrimensuras, en lo naval, no funcionaban: el animal andaba ya por los veinte metros! Entendí finalmente que mis cálculos habían estado errados desde el comienzo cuando ví que no era uno, sino dos, los coliflores de agua que salían disparados a presión. Tanta agua y tanto horizonte y las dos ballenas tan pegadas, pensé, y recordé. Ajenas a mí, a las noticias, y a que era miércoles luego del mediodía, dos ballenas grandes como una casa andaban de arrumacos. Yo continué mi marcha por la orilla, donde se encuentran dos universos, en el momento del medio de una semana laboral como tantas.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Fabrice Mupfiritsa

Después de muchos meses hoy volví a ver "El destello"; me gustó y me trajo muchos recuerdos de la aventura vivida en el Congo con todo el equipo: Quise saber qué era de la vida de Fabrice Mupfiritsa, un talentoso artista congolés quien compusiera la canción central de mi película. Luego de un rápido Googleo me enteré que sus cosas no han andado bien; el año pasado fue secuestrado y brutalmente torturado por resistirse a cantar ante el presidente Kabila. Encontré un informe de la iglesia española que da cuenta de lo que se vive en ese país. El Congo es uno de los países más ricos del mundo, con petróleo, gas, diamantes, tierras fértiles y casi cualquier otra cosa codiciada por el resto de los países. Aún así está considerado el peor país del mundo donde vivir. Yo todavía no me repongo de la experiencia. Allí comencé a intuir que otro mundo es posible, cuando visité la edad de piedra. Allí comencé a agradecer el poder abrir el grifo de mi casa todos los días y allí comencé a culparme por poder beber agua del grifo, todos los días. En el Congo uno se da cuenta de que hasta lo más impensado es posible, y efectivamente sucede. En el Congo queda claro que unos no tienen porque lo tienen otros. En el Congo me dí cuenta que soy directo culpable de muchas de las injusticias contra las que alzo mi voz. Quizás la mayoría no lo entienda, seguramente mis compañeros del equipo sí. Como sea, el Congo cambia la percepción del mundo. Como sea, en medio del aturdimiento que todavía reina en mi corazón, hay una luz de camisas blancas y pantalones y faldas azules de unos estudiantes que nos cruzamos por un camino polvoriento en el medio de África. Íbamos en un camión de la ONU con la cámara (segundos antes los soldados nos hicieron tirarnos al suelo porque era zona muy peligrosa). Los jóvenes serían unos veinte o treinta, y marchaban despreocupados, como cualquier grupo de jóvenes que regresa de estudiar. Y nosotros pasamos en el camión, y los filmamos. En ese instante obtuvimos una de las imágenes más bellas de la vida.


http://www.omp.es/OMP/publicaciones/revistamisioneros/2012misioneros/enero12/primerplano.htm


https://vimeo.com/28177184

La importancia de los niños

Suelo publicar estos pensamientos en voz alta tambien en facebook. El último artículo "Acerca del miedo" cosechó el siguiente comentario: Ya lo dijo Sarte... "estamos condenados a ser libres". En una de mis entradas anteriores en la red de "amigos", despotricaba justamente contra este tipo de mensajes; decía algo así como que publicando esos descuartizamientos de frases inconexas de Dios, Lennon y el Che, lo que estábamos haciendo era matarlos. Y agrego ahora: es una matanza en tres sentidos, hacia el autor, hacia mi proceso de pensar y hacia aquellos otros que quieren ejercitar el suyo propio. En el sur del continente nos criamos escuchando a un exquisito humorista argentino llamado Luis Landriscina. Sus historias de pueblo, con los mismos personajes de cualquier pueblo latinoamericano (el cura, el comisario, el borracho, el loco...) solían encontrarse cada mañana con solo girar el dial de la radio. Landriscina era un maestro de la narración. Sus cuentos nos conectaban con nosotros mismos, con nuestro universo de vecinos cotidianos. Volver a escuchar el mismo cuento mil veces, era mil veces un deleite; a nadie se le ocurriría decir "ah, ese es el del borracho que...". El placer de un cuento de Landriscina radicaba en el paseo intelectual de las palabras recorriendo un mundo de ideas. "Lo importante es el camino", dijo el entrenador de la selección uruguaya de fútbol cuando se le escapó de las manos el campeonazgo del último mundial. Y esa frase caló hondo en los uruguayos. ¿Por qué? Porque fuimos testigos del proceso, porque lo vivimos paso a paso y lo hicimos nuestro. Hoy, "lo importante es el camino" nos dice mucho, no es una frase inconexa, forma parte de nuestra más rica historia popular y la entendemos y defendemos. Recuerdo ahora que hace años cayó en mis manos un diskette (!) con unos versos de alguien que pretendía promocionarse como poeta. Para más datos, incluía un currículum donde se leía "operador pc" y un listado alfabético de títulos y temas de poemas y artículos escritos (pero no estaban ni los poemas ni los artículos!). Nunca voy a olvidar el nombre de uno de los versos: "La importancia de los niños". Por supuesto que estoy de acuerdo con Sartre y lo que dijo sobre la libertad, como tambien con que los niños son importantes (!); pero estoy seguro que de la frase de Sartre me voy a olvidar, pero de la de mi disketero poeta no. Ésta última es tan absurda y, aparentemente desconexa, que logra finalmente convertirse en algo conectado consigo mismo. La frase de Sartre es una mutilación del propio Sartre. La frase de mi "amigo fb" es falsa, la falsedad está en "ya lo dijo Sartre". No, Sarte no dijo eso, dijo mucho más que eso. Aunque nunca lo leí, imagino que esa frase fue sacada de uno de los numerosísimos trabajos que el pensador publicó. Que no debe haber surgido de la nada y, así la haya grafiteado solitariamente en un muro de su época, está conectada a un profundo análisis que tampoco habrá terminado allí. Cuando largamos a la marchanta frases de Dios (sí, Dios en la voz de alguno de sus fetiches de turno, Lennon, Che, Landriscina) estamos arrasando con una topadora cualquier rastro del camino que condujo a ellas. Aclaro aquí que el ejemplo de mi "amigo facebook" y Sarte no es el más representativo, la frase no es inconexa pues está antecedida de una serie de mensajes entre los cuales se encuentra el artículo que mencioné al principio. Es, en este caso, un complemento pertinente e inteligente. Esto no hace más que reforzar la necesidad de contar con un entorno adecuado a la expresión de las ideas. Por supuesto que todos esperamos el final del cuento de Landriscina, así como esperábamos el regreso a casa con la copa de nuestros futbolistas. Pero el disfrute y el crecimiento se dan en el acompañamiento de los procesos, no en los resultados estadísticos. Hace años leí una frase que guardé hasta ahora y convertí en la película que estoy terminando, decía "si de los libros se recuerda a lo sumo una frase, por qué no se escribe solo esa frase". Profético, no? Disfrutemos el camino, no le disparemos al pecho a quien intenta describir la belleza del andar con "ah, no vayas, yo ya fuí". A pesar de nosotros la vida fluye, gracias a nosotros fluye en ideas. Ya lo dijo Sarte... "estamos condenados a ser libres".

martes, 4 de septiembre de 2012

Acerca del miedo

El principal temor del hombre es quedar a la intemperie. Desde tiempos remotos, nuestros antepasados escapaban a la noche refugiándose en cuevas. Además de protegerse de factores climáticos y proveerse calor, lo primordial ha sido siempre la compañía del grupo para sobrellevar la angustia de saberse cercados por lo desconocido (esto estaba todavía muy lejos de la solidaridad, valor que fermenta en espíritus más elevados). Ante la duda de lo desconocido, la razón aconseja actuar con precaución, pero ante la ignorancia total no hay razón que valga. El miedo opera por ignorancia y dominará mientras esta persista. Contrario a la ignorancia es el conocimiento. Pero conocer, siguiendo con el ejemplo, no significa saber que afuera no hay ningún peligro cerca, y por eso salir de la cueva; eso es saber una cosa concreta. "No tengo miedo porque sé que afuera no hay un oso". Eso no vale de nada, saber cosas no significa liberarse del miedo. Así opera el terrorismo; terrorismo no es que explote un auto, sino que yo no pueda dar un paso por la calle sin pensar que cada auto que está estacionado va a explotar. El miedo no se vence por salir a la calle, ni por salir de la cueva, pues lo seguiremos llevando dentro de nosotros. Con suerte lo podremos olvidar, pero eso tampoco es derrotarlo. Conocimiento tampoco es creer que no hay nada, o que nada me va a pasar, porque eso es fé. La fé es irracional. ¿Qué es conocimiento entonces? Creo que nada tiene que ver con la verdad (si hay o no peligro, si me va o no a suceder algo). El conocimiento es parte de un proceso que, como tal, contiene todos los pasos que le antecedieron. El miedo y su primaria defensa, la fé, son ambas externas; algo externo a mí me amenaza y algo externo a mí me defiende. Una relación diferente comienza a ebozarse cuando el hombre toma conciencia de su papel de rehén se y rebela. Es en el momento maravilloso de la duda cuando nace el individuo. La duda despierta la curiosidad y con ella el deseo irrefrenable de estar a la intemperie. Conocimiento es el goce pleno del miedo, que seguirá estando por siempre. Tal paradoja no es otra cosa que la libertad.