sábado, 17 de agosto de 2019

Además, tenía buen aliento.


Yo, que me veo al espejo todos los días, sé que soy una mala copia de tres o cuatro personas. Acabo de enterarme de la muerte de uno de mis originales, mi Maestro de cine José Martínez Suárez.
Josecito: usted no tenía que hacer nada; yo le veía sentado: columna recta, cuello de camisa impecable, pañuelo de seda, y una cabeza en la que cabían todos los libros; con eso ya era suficiente. Mirarlo a los ojos exigía ir profundo, hasta la socarronería del humor, por esos abismos que llaman inteligencia. Cuando usted ponía atención era como una inmensa puerta que se abría, por eso, dirigirle la palabra era un desafío para lo cual había que estar muy preparado. Usted me inició a la lectura de lo imprescindible, comenzando con Kierkegaard, y la seducción me sedujo para siempre. Usted fue la primera persona que de verdad creyó en mí como cineasta, me moldeó y me pasó los piques que apenas estoy entendiendo. Mi primera película fue una respuesta a un comentario suyo, y la hice para usted. Y la segunda también. Además de la última. Y la que viene. Sus enseñanzas fueron como el melón amarillo que repartió a partes iguales entre el grupo, usted me mostró la solidaridad y me heredó el yugo de la ética. En fin: usted ha sido un viejo zorro.
Hace mucho que estaba por escribirle. Es más, lo iba a hacer hoy o mañana, de verdad. Aunque siempre pienso que todavía no he juntado gran cosa para contarle. Sigo intentando a diario poner en práctica sus lecciones, pero los resultados suelen ser desparejos. Usted ha sido un compañero libertario, por eso no me preocupa demasiado la falta de contacto. Los libertarios nos manejamos mejor en solitario, andamos dispersos, aunque siempre a tiro con el rabillo del ojo. Es que los anarcos somos el famoso “virus que anda”; invisibles y contagiosos.
Josecito, en resumen, no ha pasado gran cosa. Yo estaré un rato más por aquí, llevándola como pueda, mientras que usted ya juega en otras ligas. Espero que se haga justicia y se lo recuerde como usted fue: un tipo que supo pasearse elegante por la vida. Ya nos tomaremos un café.

martes, 13 de agosto de 2019

Chiste en baja definición


¡Ay Dios mío, qué chistoso! Esta frase tan caleña refiere muy bien a lo que estoy pensando y ahora escribo. Quiero contar cuán desgraciado y desencontrado suelo estar con la exhibición de mis películas. Hace poco proyectaron El Destello en la Cinemateca de Cali. A 10 años de realizada iba a ser mi primer visionado en una sala con todas las de la ley y en calidad HD. Se ha proyectado claro ya en esas condiciones, pero yo nunca pude verla. Como nunca tuve un aparato de BluRay no sé diferenciar un disco de esos de uno de dvd. Además, la verdad, es que hace bastante que no tengo un dvd en las manos. El único disco Bluray que tengo es el que editaron de El Destello en Estados Unidos, edición en dos versiones, DVD y BluRay. Los diseñadores americanos, además, olvidaron identificar las versiones en la caja. La cosa es que días antes llevé ambos discos a la cinemateca. Seguramente, para ellos, identificar la correcta sería pan comido. Pero bueno, quién debía recibir las películas no se encontraba. Dejé las instrucciones a algún subalterno que comunicara a quien correspondiera que había que elegir el disco correcto. El día de la proyección agradecí al público y conté que yo también la iba a ver en alta definición por primera vez, y bueno, ya se imaginarán lo que pasó… Lo más chistoso es que no es la primera vez que me pasa. Hace unos años la programaron en una sala de esas multicentro de los Shoppings Centers, en una sola proyección, durante el festival de Montevideo. También les había llevado DVD y BluRay, de nuevo confié que ellos sabrían de sobra cómo manejarse. En la sala éramos cuatro gatos locos. Nervioso, salí de la sala a esperar que alguien más entrara a ver mi película. Yo esperaba. Algunos entraban a ver las de aventuras yanquis, efectos especiales y todo eso que ya sabemos. La mía, claro, para ellos ni existía. Cuando de repente, una chica se detiene por un instante frente al poster de la película, fue un instante casi eterno donde un ángel se aprestaba a tocarme con la gloria. El cartel del salón de belleza de al lado anunciaba que el depilado de entrepierna estaba de oferta y en un santiamén se tragó a mi ángel. Que todavía estoy esperando ver mi película en HD ya se los conté.

lunes, 5 de agosto de 2019

Evocación desde el trópico


Desde temprano el sol entra oblicuo por el gran ventanal de la sala. A veces el calor se vuelve insoportable. Pasada la media mañana esa parte entra en sombra, lo que ayuda a que las tardes sean más llevaderas. Igualmente el calor es mucho. Las paredes blancas de la habitación multiplican las radiaciones de luz proveniente del exterior. Al abrir la puerta de calle circula una leve brisa. Es aire caliente y seco. La sequedad ayuda a hacer la estancia más aguantable. Los muebles, cuadros y plantas aportan un toque de frescura. El elemento más llamativo es la mesa de comer. Es una mesa redonda, con base de hierro pintado de negro y superficie de azulejos terracota pegados con arena y cemento. Cuatro sillas cuadradas de hierro negro, tapizadas con lienzo de diseño tipo panal de abejas, con hexágonos en azules, verdes y grises, completan el juego. Detrás de una de las sillas, contra la pared, hay una biblioteca de placas vinílicas también color negro. Cuenta con cuatro pisos divididos en cubículos cuadrados: de abajo hacia arriba, el primer nivel es de cuatro cubículos, el segundo de tres, el tercero de dos, y el último de un solo cubículo. Allí están ordenados por temas, y a veces por colores, libros sobre cine. Uno de los cubículos está reservado a  cajas de devedés y las superficies huérfanas sobre cada cubículo escalonado se halla ocupado por adornos. Llama la atención en uno de los estantes, delante de un par de libros sobre cine documental, una bola de cristal de esas que venden en los mercados de baratijas a los turistas como recuerdo de viajes. Dentro de la bola hay un bastión de los pescadores en miniatura, una de las torres de la antigua fortificación de la ciudadela de Budapest, sobre el río Danubio, de la muralla que rodeaba al antiguo Palacio Imperial, hoy convertido en museo.  Levantas la bola y lees la palabra Budapest. Y ves el torbellino de nieve que se arremolina primero y luego, cuando has dejado la bola en su lugar, comienza a caer. Es una nieve no-blanca, sino de brillantina picada, que brilla en tonos de verde tornasolado. Son reflejos de nieve y sol tropical.