martes, 13 de diciembre de 2011

Rey del bosque


Justo cuando las tropas persas entraban en Atenas el cielo de mi cabaña comenzó a estremecerse. Mi libro cayó al suelo y salí despavorido a ver cómo la humeante Caterpillar se disponía a arrasar el manojo de acacias donde comienza el bosque. La resistencia de los "bárbaros" griegos ante la "modernización" del Rey Jerjes se estaba librando en el fondo de mi casa. Mi educado pedido al funcionario estatal, cerebro de la horrible masa de fierros, fue correspondido con otra educada retirada. Aunque las piezas del ajedrez de las relaciones humanas continúan siendo las mismas, la estrategia del juego ha evolucionado. La creatividad de la diplomacia y el avance del conocimiento están posibilitando, cada vez con mayor eficacia, la eternamente anhelada convivencia pacífica entre los hombres. Así, conflictos que antiguamente se prolongaban por cientos de años, hoy son maravillosamente aplastados en un pif paf dejando unos pocos cientos de víctimas. Fueron los persas de hace 2700 años quienes descubrieron el uso del hierro. Con el correr de los siglos y agregado de inteligencia humana, el metal más abundante de la tierra logró ser sublimado en acero. El mismo acero con el que se fabrica una topadora Caterpillar, la que ahora arremetía contra el fondo de mi buen vecino de la duna. Cuando me vine a vivir al bosque me dí cuenta que ponerse en protector de la naturaleza era una actitud demasiado arrogante. La vida y su tiempo van más mucho más allá de los límites de mi terreno y de todo lo que pudiera ver yo, o cualquier hombre, o todos los hombres a lo largo de la existencia. Me entregué al monte y me puse bajo su cuidado, como un hijo busca el amparo en su madre. La oruga de hierro evolucionado arremetía contra la casa de mi buen vecino de donde partían las mutilaciones de la duna. Las ondulaciones de arena habían estado formándose libres durante cientos de años y ahora el pif paf de alguna orden seguramente mal entendida arrasaba con ellas. Quien viene a vivir al bosque lo hace en parte buscando la soledad y el silencio. Tener que hablar por segunda vez en la mañana con el cerebro de la topadora me resultaba una tarea harto pesada. Con mi buen vecino, dueño del fondo cercenado, no tenía forma de comunicarme. Cuando llegara de la capital a disfrutar de un distendido fin de semana se encontraría con el desastre. La máquina avanzó arrastrando de una palada siglos de historia cuando descubrí parado junto a la puerta a mi vecino. Me vió y vino hacia mí sorteando los gigantescos surcos de la oruga como en una carrera con vallas en cámara lenta. Traía una sonrisa radiante en la cara. Cual un Rey Jerjes, visualizando la maravilla de sus futuros jardines colgantes de Babilonia, me dijo: Qué lindo es ver trabajar, no?


Durante cuatro mañanas más tuve que soportar la nota pedal a diesel bajo el canto de los pájaros. Finalmente la máquina se retiró más allá a hacer el trabajo para lo que había sido contratada. Contratada y pagada por el pueblo. Desde los tiempos de su invención por parte de los griegos, la democracia ha estado siempre vapuleada. La sonrisa de mi vecino del bosque era una de las tantas fisuras que presenta el sistema. La civilización, tomada como un camino de superación colectiva, está poco más allá de su amanecer. La democracia es apenas el tercer o cuarto modelo de organización a gran escala ensayado por el hombre. Hoy nos hallamos muy lejos de la hoguera que pretendía quemar ideas en la edad media. Lejos de la hoguera pero no de otros medios que persiguen idéntico fin. El enemigo a vencer ha sido siempre la ignorancia y el arma de la victoria el conocimiento. El Rey Jerjes se coronó Rey de Reyes porque conocía el hierro. Para el sabio el más vasto imperio no significa nada. Es consciente que la evolución suele ser más sutil que una topadora.