Presto a cruzar la puerta de mis cincuenta te volví a encontrar,
viejo Tango. Empecé a bailarte hace media vida y me alejé muchos años. Me fui
de la pista; pero el sentimiento me lo llevé muy adentro. Me enseñaste a ver mundo
y traducirte en forma de cine. El documental es Tango en cine.
Ahora que nos encontramos de nuevo, ¿querés saber qué siento
al bailarte? Siento una honda tristeza, un oscuro dolor, una desazón que va cayendo
en forma de gotas. Cuando oigo los primeros compases mi corazón vibra, toca
allá en lo alto y me hace buscar rabiosamente una confidente que sienta lo mismo
que yo, para luego, apenas un par de minutos más tarde, volver a ser dos soledades
que aterrizan en el fondo del todo se termina. ¿Te acordás cuando de niño mis
viejos me ponían en el ómnibus para ir a lo de mis abuelos? El bus arrancaba y
yo me quedaba mirando desde la ventanilla cómo se iban haciendo chiquitos. Yo
ya sabía que cada adiós puede ser para siempre. Lo mismo siento cuando te bailo.
Siento que cada tango puede ser el último.
Media vida después, veo que mi baile es la más pura estampa
de mi mismo. Algunas veces logro dar una breve caminata abrazado como se debe. Son
pequeños instantes de iluminación en los que me siento un buda. O un señor.
Pasa algunas veces; no tantas. ¡Si me viera mi viejo! Por más que me esfuerce mi
baile desnuda mis inseguridades, las improvisaciones diarias, los trucos y
atajos de la pereza y el eterno forcejeo entre la cabeza y el corazón. Pero
también florea con orgullo cómo transformo titubeos en un paseo, seguro que
nadie ha pisado jamás el mundo como yo lo hago. No lo estoy haciendo tan mal.
Vos, Tango, sos mi espacio de libertad. Para un tipo clásico
como yo, el respeto por quienes han estado antes que yo es lo primero. Cuando
legué el mundo ya estaba inventado: las cosas son como son. Eso de “hacer lo
que uno quiere”, son pamplinas. Salís a la pista y tenés que hacer las cosas
como se deben hacer. En vos, Tango, yo encontré un montón de reglas claras y
límites definidos. La libertad, en todo caso, es decidir si entro a baile o me
quedo afuera. La libertad comienza con
límites. Es más: ¡todo comienzo es un límite!
Siento un sabor agridulce cuando oigo decir que sos
machista. Agridulce porque no entienden nada. Podrías ser machista, claro, y no
tendría por ello que ser algo malo. Pero no es ese el caso, no sos machista. Sos
viril. Hace poco, leyendo a Unamuno me encontré con la frase “Lo viril, dicen,
es resignarse a la suerte, y pues no somos inmortales, no queramos serlo” y
agrega, a modo de arenga “¡no! No me someto a la razón y me rebelo contra ella…”
Por supuesto Unamuno, en todo su tratado “Del sentimiento trágico”, concluye que
no hay salida, que todo esfuerzo es en vano. Entre estos extremos de
resignación y rebeldía se mueve mi baile. Es que vos Tango, vos y otra músicas,
y todo en la vida, todo, tiene un comienzo y un final. Y cincuenta está más
cerca de allá que veinticinco. Cuando te bailo mis pasos cuentan eso. Traducen “El aromo” de Yupanqui, el arbolito
que brotó en la grieta de una piedra:
Pero con
l'alma tan linda
Que no le brota una queja
Que en vez de morirse triste
Se hace flores de sus penas