Entre dos realidades
Ayer vi el documental “Sé natural-la historia no contada de
Guy Blanché”. Independientemente de los aciertos o yerros que pudiere presentar
esta película, me quiero detener a reflexionar en el porqué de mi casi total
incapacidad de seguir el ritmo a la propuesta. El documental reivindica la
historia de una cineasta mujer como una precursora del cine como arte narrativo
e industria. La voz en off, a cargo
de Jodie Foster, se intercala con entrevistas a diferentes personajes del mundo
del cine y apariciones de la propia Madame Blanché tomadas de entrevistas de
los años 60. Desde lo visual, además de chispazos de entrevistas, la película
está amalgamada por medio de la animación. Así desfilan en pantalla fotografías
de época, fragmentos de películas mudas, viejas cartas, mapas, textos, capturas
de pantallas de computador, etc. A menudo varias veces más de uno de estos elementos
se conjugan en diferentes capas de animación de un mismo fragmento. La pantalla
acababa por parecerse irremediablemente a un vertiginoso paseo interactivo.
Creo intuir que mi incapacidad de seguir el ritmo del documental, todo él construido
de esas grageas de máximo 3 segundos, se veía ampliado por estar yo en segunda
fila frente a una pantalla grande. En una ficción, donde supuestamente todos
los elementos que aparecen en pantalla han sido cuidadamente escogidos y
filtrados, es muy fácil adivinar el grado de recursos con que ha contado la
producción: una película resuelta con planos cortos, o ángulos de cámara cerrados,
necesita de menos dinero (es el llamado cine de cámara). Los planos generales, por
lo general, son más costosos. Escapan a esta fórmula, también generalmente, y
por razones obvias, los planos amplios de películas de naturaleza. Un bosque,
una montaña, un desierto ya están naturalmente compuestos. Pero cuando nos
vamos a la ciudad, las condiciones cambian. En una calle bulliciosa se
encuentran muchas historias dispares y la combinación de los elementos que
componen el paisaje responde a esta disparidad. El documental, que
supuestamente pretende atrapar la realidad, se encuentra entonces ante una gran
dificultad de composición al fotografiar espacios abiertos citadinos. En nuestras
ciudades es casi exclusivamente una la lectura posible: el caos. Según los
neurólogos, la focalización de nuestra atención abarca un ángulo de 2 grados.
Esto se corresponde a la uña del dedo pulgar con nuestro brazo estirado. Por lo
tanto, nuestra vista lee las imágenes, como si fuera un escáner. El cerebro es
el encargado de unir y dar sentido a las miles de fotografías de ese tamaño que
registramos a cada instante y que acabamos por nombrar como realidad. La
realidad es siempre fragmentada. Uno de los problemas cruciales, pues, a la
hora de definir cómo serán vistos nuestros proyectos, es el de la pantalla, en
cuanto a su tamaño. Por eso, lo multimedia no deja de ser una falacia
insalvable. Mediante la elección de la pantalla estaremos condicionando nada
menos que la inmersión del espectador en nuestra propuesta. La sucesión de
comodidades e incomodidades del espectador utilizada por el narrador deja de
tener sentido al no saber por qué pantalla se llegará al público. Es sabido que
los micro-chips de los computadores procesan cada vez más velozmente la
información cuanto más pequeños, pues es más rápido transportar cualquier cosa
un milímetro que un metro. Por esa razón, una pantalla de cine con un
espectador en segunda fila, requiere de más tiempo para trasladar su escáner
visual de una punta de la pantalla a la otra. Así como un microchip, el
cerebro, al menos el mío, acaba por recalentarse. Recordemos que, en teoría, el
alcanzar velocidades rayando lo casi infinito no es hoy día un problema para
los fabricantes. El problema radica en la construcción de sistemas de refrigeración
de los componentes para aplacar la temperatura de fusión que causan tan enormes
velocidades dentro de un chip que usted lleva en su bolsillo. Yo no uso teléfonos
inteligentes y me causa mucho estrés estar más de unos minutos frente a una
pantalla navegando. Puedo intuir, por el contrario, la lentitud y lo poco
estimulante que puede resultar la realidad de la calle a alguien que pasa
durante gran parte de su vida pegado a una pequeña pantalla de un celular. Esta
particularidad es palpable, por ejemplo, en la cantidad de trabajos de
estudiantes aspirantes a cineastas, donde las imágenes utilizadas son directamente
tomadas de Youtube y otras plataformas. Estamos perdiendo la capacidad de poder
leer la realidad, o la imagen de la realidad. Nuestro ángulo de atención, que
es siempre de 2 grados, genera conflictos a la hora de escanear y proyectar.
Evidentemente nos encontramos ante la disyuntiva de dos realidades. Al igual que
el título de la película, y no de su tratamiento, hace rato yo he decidido
quedarme en ser natural. Lo demás me supera.