martes, 12 de noviembre de 2019

Entre dos realidades


Ayer vi el documental “Sé natural-la historia no contada de Guy Blanché”. Independientemente de los aciertos o yerros que pudiere presentar esta película, me quiero detener a reflexionar en el porqué de mi casi total incapacidad de seguir el ritmo a la propuesta. El documental reivindica la historia de una cineasta mujer como una precursora del cine como arte narrativo e industria. La voz en off, a cargo de Jodie Foster, se intercala con entrevistas a diferentes personajes del mundo del cine y apariciones de la propia Madame Blanché tomadas de entrevistas de los años 60. Desde lo visual, además de chispazos de entrevistas, la película está amalgamada por medio de la animación. Así desfilan en pantalla fotografías de época, fragmentos de películas mudas, viejas cartas, mapas, textos, capturas de pantallas de computador, etc. A menudo varias veces más de uno de estos elementos se conjugan en diferentes capas de animación de un mismo fragmento. La pantalla acababa por parecerse irremediablemente a un vertiginoso paseo interactivo. Creo intuir que mi incapacidad de seguir el ritmo del documental, todo él construido de esas grageas de máximo 3 segundos, se veía ampliado por estar yo en segunda fila frente a una pantalla grande. En una ficción, donde supuestamente todos los elementos que aparecen en pantalla han sido cuidadamente escogidos y filtrados, es muy fácil adivinar el grado de recursos con que ha contado la producción: una película resuelta con planos cortos, o ángulos de cámara cerrados, necesita de menos dinero (es el llamado cine de cámara). Los planos generales, por lo general, son más costosos. Escapan a esta fórmula, también generalmente, y por razones obvias, los planos amplios de películas de naturaleza. Un bosque, una montaña, un desierto ya están naturalmente compuestos. Pero cuando nos vamos a la ciudad, las condiciones cambian. En una calle bulliciosa se encuentran muchas historias dispares y la combinación de los elementos que componen el paisaje responde a esta disparidad. El documental, que supuestamente pretende atrapar la realidad, se encuentra entonces ante una gran dificultad de composición al fotografiar espacios abiertos citadinos. En nuestras ciudades es casi exclusivamente una la lectura posible: el caos. Según los neurólogos, la focalización de nuestra atención abarca un ángulo de 2 grados. Esto se corresponde a la uña del dedo pulgar con nuestro brazo estirado. Por lo tanto, nuestra vista lee las imágenes, como si fuera un escáner. El cerebro es el encargado de unir y dar sentido a las miles de fotografías de ese tamaño que registramos a cada instante y que acabamos por nombrar como realidad. La realidad es siempre fragmentada. Uno de los problemas cruciales, pues, a la hora de definir cómo serán vistos nuestros proyectos, es el de la pantalla, en cuanto a su tamaño. Por eso, lo multimedia no deja de ser una falacia insalvable. Mediante la elección de la pantalla estaremos condicionando nada menos que la inmersión del espectador en nuestra propuesta. La sucesión de comodidades e incomodidades del espectador utilizada por el narrador deja de tener sentido al no saber por qué pantalla se llegará al público. Es sabido que los micro-chips de los computadores procesan cada vez más velozmente la información cuanto más pequeños, pues es más rápido transportar cualquier cosa un milímetro que un metro. Por esa razón, una pantalla de cine con un espectador en segunda fila, requiere de más tiempo para trasladar su escáner visual de una punta de la pantalla a la otra. Así como un microchip, el cerebro, al menos el mío, acaba por recalentarse. Recordemos que, en teoría, el alcanzar velocidades rayando lo casi infinito no es hoy día un problema para los fabricantes. El problema radica en la construcción de sistemas de refrigeración de los componentes para aplacar la temperatura de fusión que causan tan enormes velocidades dentro de un chip que usted lleva en su bolsillo. Yo no uso teléfonos inteligentes y me causa mucho estrés estar más de unos minutos frente a una pantalla navegando. Puedo intuir, por el contrario, la lentitud y lo poco estimulante que puede resultar la realidad de la calle a alguien que pasa durante gran parte de su vida pegado a una pequeña pantalla de un celular. Esta particularidad es palpable, por ejemplo, en la cantidad de trabajos de estudiantes aspirantes a cineastas, donde las imágenes utilizadas son directamente tomadas de Youtube y otras plataformas. Estamos perdiendo la capacidad de poder leer la realidad, o la imagen de la realidad. Nuestro ángulo de atención, que es siempre de 2 grados, genera conflictos a la hora de escanear y proyectar. Evidentemente nos encontramos ante la disyuntiva de dos realidades. Al igual que el título de la película, y no de su tratamiento, hace rato yo he decidido quedarme en ser natural. Lo demás me supera.