miércoles, 12 de septiembre de 2012

En primavera florecen las ballenas

Incluso yo, que suelo andar ajeno a los informativos, la segunda cosa que pensé fue que era una tonina arrastrando algún ahogado. Por un momento me horroricé pensando en la posibilidad de aparecer en el noticiero contando cómo había sucedido mi hallazgo. Luego de descartar además la primera hipótesis, la del lobo marino gigante, un chorro de agua salió disparado hacia el cielo y se abrió por el aire como un gajo de coliflor: era una ballena. Estaba a unos setenta metros de la orilla, a medio camino entre mi casa y la punta oeste de la playa, la del arroyo. Me quedé por una hora parado mirando, a veces, mientras aguantaba, me metía en el agua helada. Cada tanto veía salir una gran cola, o una cabeza, o un lomo tirante, negro, con esos berrugones blancos como las costras de mejillones que se aferran a los palos náufragos que atracan en la playa. No había llevado mi cámara, tampoco short ni chancletas ni nada, era puramente yo. Como de costumbre tampoco hoy ví el noticiero. Pasé la mañana cortando chapas y maderas y terminando unos detalles del techo de la cabaña. Varias veces había tenido que calcular unas medidas a ojo, no necesitaba precisión pues el trabajo aceptaba cómodos márgenes de error. Hace meses que venía postergando la tarea porque estaba seguro que las chapas no serían suficientes para cubrir esa parte del techo. Ayer repetí las mediciones, tambien a ojo, e intuí que iba a andar bastante cerca. Y hoy lo comprobé; por suerte todo calzó al dedillo sin faltar ni sobrar un centímetro de chapa. Y ahí estaba yo, luego, solo en mi playa sola, intentando ahora calcular cuánto podría medir mi compañero cetáceo. Nos separaba más o menos la distancia que hay de mi cabaña a la duna. Intenté visualizar entonces a la cabaña en el agua como cuando la veo aparecer tras la arena, así podría calcular el largo de la ballena. Cualquiera con nociones de fotografía sabe que, para mostrar el tamaño de algo, pequeño o grande, siempre hay que incluir en el cuadro algún elemento familiar que, por comparación, refleje las dimensiones del sujeto que queremos mostrar. Mi única referencia era una inmensa línea del horizonte, totalmente carente de comparación posible. La proyección de mi casa, más o menos funcionaba, más menos que más. Aún así, calculé que la cola mediría unos tres metros de largo. Era grande, negra, brillante y no impulsaba, pues la ballena se quedaba ahí, muy tranquila. Debo reconocer que yo quería sentir alguna emoción, decir "qué divino", "la maravilla de la naturaleza", pues no... de a poco me he ido acostumbrando a convivir en este entorno. Por supuesto que me gusta vivir aquí, pero todo esto es parte tambien de mi rutina. De todos modos era la primera vez que veía una ballena. A veces chapoteaba la cola, al rato asomaba la cabeza, dando a entender que se había dado vuelta. Calculé que mediría unos ocho o nueve metros; en otra salida ví que entre cabeza y cola no habían más de cinco. El bicho hacía extrañísimas contorsiones, tan fulminantemente rápidas que no se condecían con la pesadez de sus movimientos al desplazarse. Era como las filmaciones de los platos voladores que, en un instante, cambian su rumbo en zigzagueos terrícolamente imposibles. Mi ballena también hizo poses de "Lago Ness" con exhibición de lomo viboreante. Entonces ví que mis certeras agrimensuras, en lo naval, no funcionaban: el animal andaba ya por los veinte metros! Entendí finalmente que mis cálculos habían estado errados desde el comienzo cuando ví que no era uno, sino dos, los coliflores de agua que salían disparados a presión. Tanta agua y tanto horizonte y las dos ballenas tan pegadas, pensé, y recordé. Ajenas a mí, a las noticias, y a que era miércoles luego del mediodía, dos ballenas grandes como una casa andaban de arrumacos. Yo continué mi marcha por la orilla, donde se encuentran dos universos, en el momento del medio de una semana laboral como tantas.

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