jueves, 12 de julio de 2012

Grand Prix


Tenía yo unos trece años cuando fui por primera vez solo al cine. Ví "El hombre araña" en el Grand Prix. Nunca olvidaré el camino de ida, la plaza de deportes, la subida de San Martín (mi viejo me había indicado el camino), y la cola en la boletería. Por algunas semanas me hice relativamente famoso en la escuela al haber construído un artefacto de alambre y gomitas bastante parecido al del super héroe que, a falta de telaraña, lanzaba hilo de coser desde mi muñeca a unos metros de distancia. Ayer, treinta años después, volví a entrar al Grand Prix. Al igual que mi vida, el viejo cine del barrio conoció avatares insospechados. A muchos años de la extinción de sus linternas, el local fue cualquier otra cosa menos cine, hasta mi entrada de ayer (el boleto número 00032), cuando reabrió sus puertas. Según información de la prensa, el rescate del viejo cine se debe al sueño de un uruguayo de los retornados al país. Trajo 450.000 dólares para vivir en carne propia la historia del Cinema Paradiso. Yo estaba ayer en la primera función, con La era del Hielo 4. El cine estaba precioso. La apertura, programada para el mediodía, debió suspenderse, pues todavía estaban pegando la moquette al suelo. Entre olor a cemento y pop, habremos sido unos 200 vecinos los que asistimos a la gran gala barrial. Un auto recorría las calles del Cerrito anunciando a viva voz la reapertura del Grand Prix. En la puerta, un carro de panchos seguramente se haría "la del día". La película no era en 3D, claro, pero parecía contar con alguna nueva tecnología secreta, pues el frío en la sala era tan grande que parecía salir de los glaciares de la pantalla. Estoy seguro que muchos de los niños presentes (la mayoría eran niños), jamás habían podido ir al cine. El boleto del Grand Prix cuesta casi la mitad de lo que sale en los shopping. Quien quisiera ir al cine debía trasladarse a las zonas "bien" de la ciudad, pagar transporte y todos los gastos accesorios de cuando se emprende una aventura tan lejos de casa. Ahora el cine está allí nomás, a la mano. Los niños vieron la película ajenos a la posibilidad de cambio que este sueño de un uruguayo puede provocar en sus vidas. No conozco al arrojado empresario ni los detalles del negocio, pero seguramente habrá sentido una gran emoción cuando bajaron las luces y comenzó la proyección. (Debo confesar que yo también derramé más de una lágrima). Sin duda los shopping seguirán atrayendo la gran masa de público, pues es, sobre todo, un acontecimiento social, una pasarela y un imán al resto de los negocios que comparten techo con los cines de las majors, todo un sistema que se retroalimenta. El Grand Prix es, sobre todo, un acto de amor a todos aquellos que quisieran, pero no pueden y, sobre todo, un acto de amor al cine. Es una apuesta a un mundo en extinción, pero aún no extinguido. Ardua y loable tarea le espera al cine del barrio en la formación de público. La oferta de la única sala deberá planificarse muy finamente para poder obtener réditos económicos. Por ello es fundamental el trabajo de formación para la creación del hábito. Este David no pretende voltear ningún Goliath, sino más bien lograr sobrevivir. El público mayor seguramente esté encantado con la reapertura y muchos de ellos volverán al viejo cine como a una máquina del tiempo. La gente menuda posiblemente deba derribar prejuicios que puedan surgir al comparar el Grand Prix con las luces y escaleras mecánicas de los shoppings abarrotados de vidrieras de venta de ilusiones y frustraciones. El Grand Prix también puede llegar a ser nuevamente un evento social, un punto de encuentro de vecinos. Ayer se notaba, a pesar del frío, la calidez de hogar; el Grand Prix se parecía a un cine y no a una nave espacial de terciopelo.

2 comentarios:

A las 26 de julio de 2012, 5:20 , Blogger Unknown ha dicho...

Emocionante...

 
A las 26 de julio de 2012, 5:20 , Blogger Unknown ha dicho...

Emocionante...

 

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