martes, 20 de noviembre de 2012

Mi Estado es muy grave

Antes de yo nacer mis padres lo presentían, por eso me hicieron en secreto. Cuando ya estaba por venir corrieron a casarse, pero nací justo el día en que debían hacer el trámite (firmaron el documento una semana después, en otra ciudad, en secreto, no hay fotos). Nací en un hospital, atendido por médicos y enfermeras, por lo que seguramente estaba enfermo. Mi madre también 
tuvo que quedar internada unos días. Me dieron unas vacunas sin preguntarle a nadie. Esas vacunas me las siguen dando hasta hoy, cada tanto me obligan a dármelas. Sin ellas no se puede trabajar, ni hacer casi nada. Me sacan fotos, me hacen estudios, para andar en mi moto me revisa un médico, un psiquiatra, un dentista, un inspector y un funcionario ojeroso me plastifica un cartoncito. Cada tantos años debo poner un voto secreto para elegir a quien contrata a esos médicos, psiquiatras, dentistas, inspectores y funcionarios ojerosos. Mi madre también fue funcionaria, de un hospital estatal. Vivía rodeada de médicos, por eso sabía que yo estaba enfermo: pies planos, dientes torcidos, caspa, siempre algo. Y sus compañeros médicos siempre la aconsejaron bien. Mi Estado no fue tan grave porque, a raíz de mi enfermedad, solía estar bien alimentado. Mi madre siempre se ocupó de sacar buena comida del hospital (ella trabajaba en la cocina): frutas verduras, tremendos pedazos de carne. Todos sus compañeros hacían lo mismo. Recuerdo que yo también dormía con sábanas con el sello del hospital, era como estar internado en mi propia cama. Como los médicos decían que yo estaba mejor, pero que volviera la semana siguiente, mi madre se quedaba más tranquila. Creo que ella estaba contenta con mi Estado y, aunque hubieran otros problemas, mi madre estaba bien. Yo conocí a algún hijo de compañeros de mi madre, todos estábamos regordetes (pero gravemente enfermos). De chiquita mi mamá era sana, pues se crió en el mundo de antes, tan sana que no fue a la escuela. Pero ahora el mundo está enfermo y también toda la gente que vive en el. Desde que recuerdo ella tambien estuvo enferma. En casa abundaban cajas de Librax, Lexotan y cosas con x. Mi madre cocinaba riquísimas tortas que les llevaba a los médicos. En agradecimiento ellos le daban recetas verdes que ella cambiaba por cajas con equises. Como desde hace unos años mi mamá se olvida de las cosas, se olvidó de tomar sus remedios, pero no le pasó nada, bueno, sí, le pasó que ahora está más contenta que nunca. Mi madre estaba cansada de trabajar, enferma, y no podía soportar las cosas de su trabajo, era todo demasiado, la entiendo. Por mi Estado la livianó la carga y me metieron en una escuela. Como creo que yo era medio idiota, como mis compañeros, cómo iba a equivocarme cantando el himno. No era tan largo! Pero como éramos una manga de imbéciles igual nos equivocábamos. (Sigo siendo bastante nabo, pues hay un montón de palabras del himno que no sé qué quieren decir). Igual en los actos disfrutábamos; me gustaba ver a las maestras con sus peinados duros de fijador, tan lindas ese día, cuando había que arreglarse pues venía la inspección. Así seguía yo viviendo en mi lamentable Estado, enfermo. Mis padres querían que yo trabajara en el banco, que usara corbata como los doctores que ella admiraba. Pero a mi me gustaba dibujar, qué enfermito! Me acuerdo que hizo una torta y me mandó a llevársela a la doctora Falero, y ella me habló del sacrificio que hicieron mis padres. Me llevaron a lo del Waco para que me convenciera, que entrara al menos a trabajar en la textil. Pero yo debía ser además medio sordo pues no les hice caso (la tetil del Waco cerró al poco tiempo). Y bueno, aquí sigo, sordo, terco, en un Estado más gravemente enfermo que nunca. Al final los médicos tenían razón: estoy loco.

2 comentarios:

A las 22 de noviembre de 2012, 7:13 , Blogger cavernícola ha dicho...

¡Que viva la enfermedad!

 
A las 22 de noviembre de 2012, 7:14 , Blogger cavernícola ha dicho...

¡Que viva la enfemedad!

 

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