viernes, 23 de noviembre de 2012

Lo que nos enseñó Gauguin



Algunos piensan que un artista es un intelectual; pues no: los intelectuales son solo rodillas del sistema, su función es corregir el rumbo y amortiguar irregularidades del terreno. Es un asalariado que, a la hora de arrodillarse ante el poder, será el primero en tocar suelo. El artista no es un intelectual, es un burgués asqueado de todo. Ahogado en su propia hipocresía, decide cultivarse como fístula infecciosa en el pliegue más oscuro de la sociedad. El arte es pus de lo podrido del hombre, es biopsia delatora. El trabajo del artista es vomitar sangre, su razón de ser es fermentar su propia descomposición. Donde nada peor puede suceder es que nace la libertad. El artista es admirado por los muertos y temido por quienes no han nacido; no hay mayor temor que a quien es altanero con el miedo. El artista es un paria de la sociedad, se alimenta de hipocresía y se regocija viendo los cerdos revolcándose en su propia mierda que llaman arte. Un artista verdadero fue Paul Gauguin, una rata sifilítica que se masturbaba viendo hundirse la nave que artísticamente había abandonado. Paul nos enseñó que el artista es esencialmente un cínico.

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