domingo, 22 de septiembre de 2013

Romper los moldes (2)


Vista la anterior exposición me surge la inquietud de cómo poder llevar a la práctica la idea propuesta. El mostrar, el demostrar o el ver, desde nuestra posición de cineasta (u hombre-cámara) posiblemente logre su objetivo; o sea: que lo que queremos mostrar sea visto. Independientemente del grado de aceptación o comprensión del público, el cometido comunicacional mínimo de nuestra propuesta habrá funcionado. Pero comunicación no es cine. Y cine tampoco es comunicación. Afirmar lo contrario equivaldría a decir que un frasco de perfume es olor. Hasta aquí, nuestro intento por mostrar o ver se ha mantenido dentro del terreno comunicacional. Existe un "quise decir", "quise mostrar", "quise ver o descubrir" y es posible explicarlo en palabras. Hay un discurso y la forma de comunicación elegida para divulgarlo ha sido el cine. Pero no el cine como disciplina artística, sino el cine como técnica comunicacional. Hace falta separar muy bien los dos conceptos. Similar confusión existe en torno a la palabra cultura: cultura en el sentido antropológico, donde un objeto está referido a un grupo social, y el concepto cásico de cultura, el de creación humana como forma de superación intelectual y espiritual, cuyo mayor exponente es el arte. Cabe aquí señalar que el "mostrar" es utilizado tanto para imponer una visión política o de pensamiento, como para plantear problemas sociales o maravillar al público con los nuevos avances de efectos especiales que hemos desarrollado, por ejemplo; pero en todos los casos el cometido es el mismo, el de mostrar algo que queremos a otras personas que lo desconocen. Contradiciendo esta afirmación, estoy convencido de que son muy pocas las personas que desconocen cosas. O mejor dicho: todos estamos bien informados (o así lo creemos, pues no sabemos lo que no sabemos). Incluso llegamos a saber cosas que no sabemos, pero decidimos de antemano que no nos interesa. El mundo y su acentuada especialización de tareas, nos ha conducido a una desconexión total de las "otras realidades". Vivimos en una realidad micro-compartimentada, donde la barrera de la pereza intelectual es cada vez más robusta. Aquel que le interesa el fútbol, mira fútbol; aunque con solo apretar un botón podría aprender algo sobre la historia de China, lo sabe, pero decide quedarse mirando fútbol. El cineasta que tenga como cometido mostrar cierto tema o realidad, encontrará eco en el público interesado en el tema planteado, muchas veces militantes de la causa. Hasta aquí, más o menos va la mayoría de los documentales que solemos hacer (también yo).
El cine comienza a partir de este punto. Es nuestra decisión avanzar o no.
Para ingresar al terreno del cine, como disciplina artística, es necesario aceptar una sola regla: confiar ciegamente en el cine. Cualquier duda o andar cauteloso nos cerrará automáticamente sus puertas. Es verdad que, como seres humanos, tenemos ideas y realidades que nos conmueven. Seguramente de cada uno depende el aportar nuestro grano de arena en la búsqueda de soluciones. Es natural y deseable que así sea. Pero ese es el tipo de cargas que deben dejarse fuera al ingresar al mundo del arte. Mejor dicho: lo que somos y en lo que creemos es parte de nosotros y estará con nosotros allí donde estemos. No conozco a nadie que al subir al metro se plantee "bueno, voy a subir a este metro llevando mi hígado conmigo". Así como el hígado va donde yo voy, lo que yo pienso y quiero decir, mostrar, gritar, vomitar y follar, también irá conmigo. A partir de aquí debemos confiar en que el cine es la línea de metro apropiada que nos conducirá sin duda a donde queremos ir (tambien llevará nuestras ideas y nuestro hígado, por lo que no deberemos ocuparnos de eso). Habremos así roto el molde.
Tenemos ante nosotros un nuevo terreno, el del cine, el del arte, donde lo comunicacional no cuenta, o, en todo caso, es solo una parte de un nuevo todo. Quien confíe en el arte, verá que en él está contenido y contemplado el mundo "viejo", el de "la realidad" de todos los días, y del cual se nutre. El mundo cotidiano seguirá siendo la fuente de nuestra obra, así como lo es el de todas las artes (pues vive en nosotros como nuestro hígado); incluso por su negación. Nuestra militancia y todo lo que somos ingresa al mundo de las ideas en nosotros. Es imposible hacer arte sin ideología, sin una propia concepción de cómo funciona el universo. Esta es la mitad de la originalidad del artista. No pueden haber dos puntos de vista iguales en todo. Se podrá coincidir a grandes rasgos, o incluso pensar casi idénticamente, pero sólo en ciertos temas (dos cuerpos jamás ocupan el mismo lugar en el espacio). Dejar de lado esta ley universal puede conducir a discursos de tribuna o a lluvias sobre mojado (hecho de ningún modo condenable, pero sí cuestionable su necesidad). La otra mitad de la originalidad del artista reside en su habilidad técnica. Puede resultar relativamente fácil colocar la cámara para mostrar cierta realidad. Pero se necesita de arte para fundir esa realidad con nuestra ideología única, que es otra parte de la realidad, nuestra subjetividad. Una película siempre se planta desde la subjetividad. Pero para convertirse en hecho artístico debe partir, primeramente, desde la subjetividad del artista. Se puede partir desde la subjetividad de otros, como en la publicidad y la propaganda. Pero aquí la sujetividad original del artista es dejada de lado y este se comporta simplemente como artesano que se vale del cine como técnica. La subjetividad en niveles profundos es la ideología. Ella exige cultivo permanente y una constante puesta a prueba por medio de la crítica. El carácter de unicidad de nuestra ideología lleva a que una película de cine, cine concebido como arte, ofrezca reticencias al buscar su público. Es imposible que alguien esté de acuerdo con nosotros en todo. El cine, y todo el arte, es siempre crítico, lo cual es causa de incomodidad. Esta condición se agudiza especialmente con el cine documental, debido a la gran condición figurativa de su formato. Como público, a todos nos puede resultar duro ver que las cosas que pensamos y en las que asentamos nuestra existencia, tienen dudosa validez. Y me atrevo a afirmar que lo más duro no es esto; al igual que nuestro amigo que mira fútbol sabe que hay otros canales pero decide no verlos, del mismo modo sé que ya todos sabemos la responsabilidad que nos toca en la construcción de la realidad. Ante nada creo que la bruteza de los hombres es una decisión. La bruteza es una decisión inteligente. Diferentes grados de bruteza, o de inteligencia, nos llevan a todos a refugiarnos en lo que conocemos y manejamos. Yo le llamo comodidad (y me acuerdo ahora de Buñuel).
Jamás debemos menospreciar al espectador (yo también soy espectador). Si no va a entender mi película no debe ser mi problema. Hasta ahora nadie me ha preguntado "qué quise decir" o "qué quise mostrar". En lo que me es personal, desde hace tiempo he dejado de lado querer decir o mostrar. Pretender hacer una reflexión sobre tal o cual cosa está destinado a caer en la misma bolsa. Estamos bombardeados de reflexiones, denuncias, mensajes, "me gustan", tweets, beeps y  jajajajas, que tambien son parte de este mundo. El arte, y en particular el cine, se presentan hoy con más fuerza que nunca como un espacio de encuentro y pausa. Debemos preservar al cine de la contaminación mediática que inunda todo. Esa es tarea de los cineastas. Así se abandone esta tarea, cualquier invasión externa podrá hacer maravillas, pero nunca cine. El cine no se trata de discursos, de dar palabra a nadie, ni de mostrar tal o cual cosa. Eso es reportaje, las entrevistas, otros tipos de cine como técnica. El cine auténtico es el que logra plasmar la vida en la pantalla. Una cámara usada con talento es aquella que logra atrapar atmósferas. El cine cumple su cometido cuando el espectador VIVE la película. Una buena película se no se puede explicar, pues está construída en base a un diálogo entre comodidades e incomodidades. Tal cual el encuentro entre dos personas. (Vinicius de Morales dijo: la vida es el arte del encuentro). Este encuentro de subjetividades, que es la vida, tiene en el cine documental un magnífico campo de exploración artística. Debemos ser concientes de ello y lanzarnos sin miedo. La única regla es confiar.


















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