miércoles, 18 de septiembre de 2013

El Humanismo de la línea central



Por estos días se cumplen 100 años del primer accidente automovilístico en Uruguay. Sucedió en la ciudad de Montevideo; un auto colisionó con el landó del ministro de Brasil causando la muerte de un caballo. Hacía 5 años que había comenzado la distribución mundial del Ford T y en Montevideo ya pululaban por decenas en medio de un tránsito caótico. Es recién en 1945, al final de la Segunda Guerra, que se decide imponer un nuevo orden en las calles. A partir del 2 de setiembre se cambiaría el sentido de circulación: habría que marchar por el carril derecho. Como forma de controlar aún más el tráfico en la ciudad, en 1953, se inauguraron los semáforos. Hoy el parque automotor se ha multiplicado miles de veces. Los ingenieros deben lidiar con trazados de vías que no fueron previstas para un mundo tan complejo. Los ciudadanos pasan buena parte de su vida arriba de un automotor, en movimiento, o en interminables atascos. Tareas cotidianas del hogar, del estudio, o del trabajo, se realizan durante las largas horas de desplazamiento. Las calles están sobrecardagas de tensiones y todos deseamos llegar a casa lo antes posible. Los ciudadanos hemos abandonado el hábito de pasear. Las calles desiertas se han convertido en una amenaza. El miedo se esconde en cualquier callejón oscuro o a la vuelta de cada esquina. O mejor dicho: el miedo se esconde en cada uno de nosotros. Esta situación ha llevado a que hoy casi nadie se cuestione el hacer caso omiso a la luz roja durante las noches. Ante la amenaza de pasar un trago amargo y ser sorprendido por criminales más vale arriesgarse a la multa. Incluso ya hasta las propias autoridades de tránsito suelen hacer la vista gorda en estos casos.
El mismo día del cambio de mano en Montevideo, Japón firmaba su rendición dando por finalizada la guerra. Un mes más tarde se creaba Naciones Unidas. El mundo había quedado caóticamente dividido en dos grandes bloques. Era necesario encontrar algún instrumento que reglara izquierdas y derechas. Este instrumento se llamó "Declaración Universal de los Derechos Humanos". Las naciones decían haber aprendido la lección dejada por la barbarie. Este manifiesto serviría para poner límite a los excesos de poder, no solo ya entre estados, sino a nivel personal. La falacia de "exceso de poder", quedó demostrada sobradamente desde entonces. Justificadamente se usó y se abusó, en nombre de lo propios derechos humanos, cometiendo incansablemente nuevas atrocidades. Korea, Palestina, Croacia, Iraq, o las decenas de dictaduras en América Latina, Asia, África, y miles de etcéteras dan testimonio de la ineficacia (o eficacia) de esa medida. El problema de los derechos humanos es el más antiguo de los problemas. ¿Tiene el hombre derechos? No es mi intención tomar aquí partido por uno u otro bando. Lo que sí quiero es centrar la atención sobre este debate. Es un problema sin solución, por lo que jamás llegará a la verdad. La Declaración Universal de los Derechos Humanos fue una medida específica para un momento específico. Y, por supuesto, fue hecha por quienes decidieron de qué lado hay que andar. Un problema de larguísima discución filosófica (nada menos que la dialéctica misma!) se termina con un decreto; aquello de que "seamos hermanos, o te aplasto la cabeza". Y nada menos que declarándolo Universal. Seguir implorando el respeto de los Derechos Humanos no tiene más sentido. En todo caso, vale la pena saber que el discurso de los Derechos Humanos tiene un sentido político muy fuerte. La orden es la de circular por uno de los lados. Lo damos por natural y ni pensamos cuestionarlo. Quien verdaderamente respete los Derechos Humanos debería empezar por sacarse las zapatillas chinas. Y dejar de respirar. (Y aún así lo estaría haciendo por una causa de dudosa validez).
Hace falta pensar en alguna solución diferente. Porque este semáforo ya no funciona. Ni jamás lo hizo.

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