martes, 3 de noviembre de 2009

II Encuentro de Documentalistas Latinoamericanos, Guayaquil-Ecuador (o cómo descubrí Latinoamérica)


Aún revolucionado por el torbellino que significó el rodaje en el Congo, partí hacia el encuentro. Increíblemente, nunca había ido a latinoamérica. Es que los uruguayos, al menos en mi caso, vivimos de espaldas al resto del continente. Yo nunca había subido. Conozco toda Europa, los Estados Unidos, alguna otra cosa, pero nunca había visitado a mis vecinos del barrio. Los ecuatorianos nos recibieron muy cálidamente (a mí y a mis colegas Luis González y Ricardo Casas). La ciudad de Guayaquil se nos presentó colorida y alegre. Sin contrastes estridentes los guayaquileños parecen disfrutar de las cosas importantes de la vida. En cuanto al encuentro en sí, más allá de algunos encontronazos propios de estos eventos (no por mi parte, pues cuando la veía venir me refugiaba en algún rincón de mis memorias), creo que todos coincidimos en varias cosas. No importa detallar aquí qué cosas, si buscan, por ahí en internet debe andar la declaratoria final, aprobada con la firma de todos. Quiero referirme al encuentro en forma más personal, como creador; Guayaquil me regaló un par de aquellas cosas que sí es esencial recoger en el camino: imágenes y emociones. Mis postales son las charlas y cerveceadas con los jóvenes ecuatorianos, muchos de ellos brillantes, que me hacían sentir vergüenza ante cada pregunta de si había visto tal o cual película. Por suerte, y paara mi tranquilidad, anoche ví un reportaje que le hicieron a Jorge Luis Serrano, el director del Consejo de Cine de Ecuador; allí confesó que la primer película que le marcó fue Dumbo, igual que a mí!!! Por eso, una confirmación más de que todo pasa por la piel, por el filtro de la emoción personal y no por las declaraciones políticamente correctas, como lo sería decir "A mí me marcó Ciudadano Kane" (o algo por el estilo). Para cerrar, y como postal final de mi viaje, me quedo con la que ví una noche al final del malecón, llegando al monumento de JJ Olmedo. Había allí una pareja de jovencitos, ajenos al mundo que, entre arrumacos, soñaban vaya a saber uno con qué. Ahí ví que el viejo Olmedo, el autor del himno de Guayaquil, no se estaba levantando de su silla, estaba sentándose, se preparaba para gozar tranquilo de una noche intensa de poesía.

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