Una postal de Japón
Una vieja ópera rusa se despegaba del surco y subía enredaba en el humo que llenaba el local. El café de música clásica estaba lleno de humo. Se podía morder un trozo de música y formar con él una bola en la boca. Estábamos solo yo y mi traductor; en un rato llegaría más gente. La dueña fumaba en la cocina cuadrada. Este negocio era su refugio luego del trabajo diario como maestra. Me contó que se sentaba a esperar. Sus padres, nipones conservadores, no estaban de acuerdo con estas locuras. Hacía dos años que ella esperaba verlos aparecer en su sótano.
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