sábado, 10 de mayo de 2014

Aprender a ver


Suelo tener cierta desconfianza en aquellos proyectos que permanecen años dando vueltas en busca de financiación. Es justamente el carácter de urgente uno de los más fuertes argumentos que pueden convencer a quienes disponen del dinero de la necesidad de realizar la película.  Además de la lógica impronta de, por  ejemplo, registrar un acontecimiento impostergable, disponibilidad de cierto personaje clave, o la inmimente ocurrencia de algún hecho ligado al proyecto, como un aniversaro histórico, en vistas a la explotación comercial del film, lo cierto es que, si de premuras se trata, la más apremiante es amenaza de extinción de la visión del autor en el momento de concebir su idea. El cineasta debe, en cierto modo, considerarse un visionario, su visión primera, la original, la nacida de la intuición, será la estrella que le guíe hasta ver la película terminada. A diferencia de la ficción, donde la película es fruto de la imaginación, en el documental siempre, y no queda duda de ello, quien prima es la visión del autor de la realidad que le circunda. Mientras que la fición es algo fingido, de ahí el origen de la palabra, en el documental lo fingido no existe. El documental es una nueva realidad ligada a la realidad. Esta realidad nueva es la visión del autor. El cineasta ve a través de la cámara. La cámara documental no muestra, ve. El espectador debe ser partícipe de esa visión y lograr también él ver. Lo que vemos depende tanto de lo visto como del vedor. Es del encuentro entre realidad y testigo de donde surge el documental. Al igual que Heráclito de Éfeso y su río en el que no podía bañarse dos veces, la necesidad del documental debe ser siempre, en primer lugar, el encuentro entre la realidad y el testigo. Asñi como la realidad cambia, nuestra visión también. La clave está entonces en mantener encendida la breve chispa que iluminó nuestra idea durante todo el engorroso proceso de llevar a término la película.

lunes, 5 de mayo de 2014

Aproximación a la utopía



La diferencia entre el humano y el resto de seres vivos es su inteligencia humana. Quien pretenda calificar de inhumano al hombre, por espantarse ante actos aparentemente catalogables como dignos de bestias, está frito. El hombre es lo que es y no lo que debería ser o quisiéramos que fuera; al igual que todo en esta vida. Más aún: el concepto de Humanidad es un invento etéreo, tan gigantesco como la totalidad de palabras que escribimos con mayúscula para convencernos de su reinado absoluto y anularnos bajo su yugo. Así, inteligencia humana, es, una condición que compartimos los humanos, nos guste o no, y nada más. Cabe preguntarse entonces, qué es la inteligencia. Inteligencia es la facultad de los seres para interactuar con otros seres y su medio y adaptarse asegurando su supervivencia. Ser inteligente es actuar haciendo lo estrictamente necesario para mantenerse sano. El hombre es el único ser que puede enfermarse a propósito. Los hombres actuamos para obtener más o mejores cosas. La búsqueda de la máquina de movimiento perpetuo es la imagen de la esencia de la inteligencia humana. Mediante la invención de la aspiradora, las películas de Chaplin, o una salida a bailar con amigos buscamos hacer de nuestra vida una experiencia más rica y placentera. Y por cierto que a veces lo logramos, pero a qué costo? Desde el no muy lejano pro-hombre que tomó un palo (hueso según Kubrik) y descubrió la multiplicación de la fuerza de su golpe, pasando por los ensayos de sistemas para optimizar el rendimiento del detergente a la hora de lavar los platos en casa, hasta el desarrollo de una bomba que mate más cantidad de gente con el menor grado de condena pública posible, el hombre actúa siempre en función de la ecuación costo/beneficio. No se trata de otra cosa que el capitalismo. Capitalismo es el nombre más conocido de la inteligencia humana. El esperar que las cosas se hagan sin esfuerzo en un mundo donde todos vivamos felices es la utopía hacia la cual perpetuamente avanzamos. Todos estamos tras ella y la alimentamos. Es inherente a nuestra condición humana. Llegado el momento, todos nos encargaremos de acallar voces disidentes. Y si acaso alguna de esas voces llegara a oírse, sería porque de algún modo se esperan beneficios de ella. (Un grupo de poder habrá encontrado una válvula de escape a protestas, cuatro idiotas aplaudirán porque habrán oído lo que esperaban, quien gritó sus verdades se habrá aliviado tambien de flatulencias verbales, etc.). Pero no olvidemos la primer variable: a qué costo? La Sociedad, la Iglesia y el Estado, nuevamente etéreas instituciones que viven en el imaginario colectivo, han intentado siempre acallar la inteligencia primitiva, que convive en el interior del hombre con la inteligencia humana. En la confrontación de ambas inteligencias se encuentra el origen de la angustia. Es en la maravillosa profundidad del pozo cuando el hombre se plantea preguntas como ¿Quiero yo realmente esto? ¿No estaré desperdiciando mi vida? La duda es el umbral donde comienza la libertad. Para cruzar esta puerta hace falta mucho coraje. Aquí yacen nuestros sueños, con sus límites, que ya conocemos de antemano. Nuestra atrofiada inteligencia podrá decirnos que el costo de realizarlos no merece la inversión. Y así regresaremos derrotados al hueco de nuestro sillón frente a la tv. El débil es parte del estado y se siente seguro tras sus rejas; el hipócrita es parte de la sociedad, un solemne baile de máscaras donde la insípida tolerancia dicta el compás de la música. El libre albedrío es la posibilidad de elegir una actitud a asumir ante las circunstancias. La dignidad es la fuerza resultante del ejercicio de esa libertad, irremediablemente a salvo de todo. La dignidad es el verdadero poder del hombre. El hombre digno ni tiene esperanza ni la pierde: la mata. Solamente se es libre cuando se está libre de esperanza. Desde allí se ve claro que: La mayor mentira es la esperanza. La mayor certeza es la duda. El mayor tesoro es la dignidad. El único termómetro es la salud. Por el resto, seguirá siendo un ser humano más, en la misma búsqueda de quimeras, sin ser parte del mundo y con el mundo siendo parte de él.