martes, 27 de noviembre de 2012

Las pedaleadas de un documentalista de feria



Introducción
Llevo una vida bastante retirada en mi cabaña del bosque. Mis días se componen de tareas sencillas como cocinar y lavar los platos. El tiempo sobrante es exclusivamente mío y lo reparto en pasear por la playa, leer y escribir algo. Filmo muy poco, aunque la fermentación de mis proyectos es muy intensa. Contrariamente a lo que se podría suponer, mis visitas a la ciudad -cosa que hago una vez a la semana- se convierten en un pintoresco paseo.

Capítulo primero
Mi vida laboral comenzó como feriante. Era yo un adolescente cuando recibimos la herencia de mi abuelo: unos viejos cepillos de carpintería, formones, mechas varias y un par de serruchos y martillos. Como en casa no tenían dinero y a mí me gustaba correr en bicicleta, un deporte caro, decidí iniciar mi propio negocio de compraventa en la feria de Piedras Blancas. Compartía el puesto con el Carlos; Carlos sabía mucho, tenía unas espadas de esgrima y me enseñó algunas cosas sobre esto. Creo que Carlos todavía vende antigüedades en Tristán Narvaja. Nunca me voy a olvidar que frente a nuestro puesto había un viejo que, entre otras cosas, tenía unos escudos vascos de yeso. Hablaba de las provincias vascas y su historia con gran elocuencia, aunque difícilmente haya salido alguna vez del barrio. No recuerdo cómo se llamaba, pero nunca voy a olvidar cuando alguien le preguntó por cuanto vendía el caballo. "A este no lo vendo nunca", respondió el vasco en una lección de orgullo y dignidad que me sigue acompañando.

Capítulo segundo
Este fin de semana, como no estuve en casa y me encontraba algo constipado, me dediqué a hacer algo que rompiera mi rutina: ví televisión. Debería aquí sustituir el verbo ver por padecer, sufrir, recibir o, el latigueante zappear. Tras largas horas de botoneo me detuve en una película francesa, en el canal Film Zone. Como estoy fuera de onda quise saber el nombre de los actores, director, y esos datos que, a los interesados en el cine, suele completarnos la experiencia. Los títulos no desaparecieron, fueron minimizados hasta lo ininteligible por el anuncio del inminente comienzo de Hulk. Si hubiera pasado eso con una de mis películas hubiera roto el televisor de un sillazo.

Capítulo tercero
Hacer la película El destello me llevó cuatro años. Quienes me conocen más cercanamente, saben hasta qué punto la película se mezcló en mi vida y la de Anna, la productora, lo que desembocó en el rompimiento de nuestra relación como pareja. Por supuesto, nuestra entrega a la causa no garantiza su calidad, pero sí es un indicador la cantidad de festivales de primera línea que la han programado en todo el mundo. En Uruguay solo ha sido reconocida en el festival de documentales Atlantidoc, como mejor película uruguaya del año. El destello se realizó, en parte, gracias al aporte del Fona, un fondo con dineros recaudados de los canales de tv. Este fondo funciona como una pre-compra adjudicada a uno de los canales de aire privados. En nuesto caso fuimos muy felicitados luego de la exhibición de cierre de película por la gente de canal 10, nuestros adjudicatarios. Jamás programaron El destello.

Capítulo cuarto
Hace unos días se exhibió Domingueando en el marco de un festival de tango. Domingueando fue la primer película que realizamos con Anna con miras a comenzar una carrera. Tuvimos suerte con la jugada y Domingueando terminó siendo distribuída en Europa y exhibida por muchas cadenas internacionales; también ganó el premio a mejor documental uruguayo en el 2002. La exhibición se realizó en una cooperativa de viviendas para jubilados. Los asistentes, que llenaban el salón, serían unos veinte. Estaban tambien presentes autoridades varias de la ciudad de Las Piedras. Al comenzar la proyección, el director de cultura se acercó a despedirse: -yo la veo después, me quedo con una copia- me dijo -además tengo un programa que se ve en todo el departamento y te la paso. -Ah, me la vas a comprar- aposté. -Bueno... paso un pedazo... -Ok, después te mando un disco con un pedazo, entonces. Hacía tiempo que no me sentía tan reconfortado con un aplauso así de espontáneo y sincero como el surgido al final de Domingueando (agradezco la idea  de la proyección a mi amigo Fernando Rossi). Tendría por fin la oportunidad de charlar con el público sobre esta película que, a pesar de haber sido vista por unos cuantos cientos de miles de espectadores en Europa, en Uruguay es una rareza. Pero antes, haría "uso de la palabra el señor alcalde" quien comenzaría disculpándose ante "el amigo" (o sea yo, el sin nombre), pues "por razones de agenda no había podido llegar en hora...". Luego de repasar sus logros y planes, habló el secretario y otro par de personas más. Yo agradecí y me fui.


Capítulo quinto
Terminé Adagio y me quedé sin trabajo. Como documentalista he aprendido que las películas son un mal negocio. Si se consigue dinero, se hacen y, mientras, se va viviendo. La vida austera ayuda a poder estirar por un tiempo lo obtenido. Es una buena estrategia hacer cine "a lo pobre". Los presupuestos mienten, la verdad es que la mayor parte se va en cocinar, el detergente para platos, los libros, la luz y el internet, para poder escribir. No necesito mucho, mi mayor capital es el tiempo, que es mío, y que intento no perder en desgastantes corridas tras la zanahoria. No me considero un rebelde sin causa, administro muy bien mis fuerzas. Reconozco que mis películas son, en parte, un arte aplicada; tienen una función y por eso las hago. No doy puntada sin hilo; soy consciente de que este artículo pondrá la atención de algunos desprevenidos sobre mí. Es una forma de publicidad, pero no de autobombo. Creo de verdad que estoy dando algo, sé que esto que me pasa a mi les pasa a muchos. Al menos, el esfuerzo de este par de horas escribiendo, es un precioso aporte intelectual autogenerado. Escribo porque me enriquece.

Capítulo sexto
Como se me termina el dinero y tengo mucho tiempo libre (ver capítulo quinto), y como me encanta estar frente a frente con el público y no siempre es posible (ver capítulo cuarto), como además mis películas no le interesan a quienes ponen dinero para hacerlas (ver capítulo tercero), y menos me gustaría que, en el mejor de los casos, me cercenaran la película como lo hicieron en el único canal que había algo de calidad para ver (ver capítulo segundo), creo que la solución más pura, plena, gratificante y acorde a mi forma de vivir y origen es regresar a la feria (ver capítulo primero)

Epílogo
Hace unas semanas me invitaron a abrir un festival de documental en Cali. Helena estaba nerviosa pues había solo una persona en toda la sala y temía que yo me incomodara. Todavía restaban cuarenta minutos para que llegaran los más de cien  espectadores que, efectivamente, estuvieron presentes en la proyección. Ninguna de mis películas estaba programada en el festival, tampoco de Helena, quien se hallaba como parte de la organización. Viéndola inquieta le dije: "imaginate que dan una película tuya y está solo ese señor en la sala. Uno solo, nadie más. Claro que sería bonito ver la sala llena, a quién no le gustaría; pero, no es fascinante que en una sala vacía tu película sea para uno solo? Es él y la película, no hay medias tintas, es a vida o muerte".
Los documentalistas no hacemos Batman, no nos dirigimos a la masa. Nuestras películas son siempre para UNO solo. No importa si hay un espectador, o diez, o mil. Nuestras películas son para cada uno de esos mil, para usted, y usted, y usted, repetido mil veces.

Explicación del capítulo sexto
En el capítulo primero expliqué que yo corrí en bicicleta. Lo hacía a nivel amateur, en la categoría novicios, donde jamás pude llegar a la meta. Nunca olvidaré, la tarde en que decidí ser ciclista. Se desató una tremenda tormenta -tendría yo unos diez años- cuando ingresó a resguardarse en el zaguán de mi casa Juan Ramón Da Silva. Su camiseta era de todos colores y su bicicleta no pesaba nada (me dejó levantarla!) Hablamos un rato hasta que amainó la lluvia, me pidió le llenara la caramañola y se marchó.

Quiero que mis películas cuenten con un mínimo entorno acorde a lo que pretendo transmitir en ellas. Lo ideal sería un cine, oscuro, íntimo, pequeño, pero me parece que esto ya tampoco es suficiente. Me encantaría contar con un público crítico, formado, sensible, abierto a experiencias nuevas, mas todo parece indicar que se transita en sentido contrario. Hemos perdido mucho y a nadie parece importarle. A mí se me ocurrió una forma de sacudirme las pulgas del lomo e ir directamente al grano: voy a salir a vender mis películas yo mismo a la feria. Estoy seguro que la mística de Juan Ramón Da Silva sigue viva, por eso la quiero transmitir. La formación es una pedaleada larga y empinada, pero tambien muy saludable.

viernes, 23 de noviembre de 2012

Lo que nos enseñó Gauguin



Algunos piensan que un artista es un intelectual; pues no: los intelectuales son solo rodillas del sistema, su función es corregir el rumbo y amortiguar irregularidades del terreno. Es un asalariado que, a la hora de arrodillarse ante el poder, será el primero en tocar suelo. El artista no es un intelectual, es un burgués asqueado de todo. Ahogado en su propia hipocresía, decide cultivarse como fístula infecciosa en el pliegue más oscuro de la sociedad. El arte es pus de lo podrido del hombre, es biopsia delatora. El trabajo del artista es vomitar sangre, su razón de ser es fermentar su propia descomposición. Donde nada peor puede suceder es que nace la libertad. El artista es admirado por los muertos y temido por quienes no han nacido; no hay mayor temor que a quien es altanero con el miedo. El artista es un paria de la sociedad, se alimenta de hipocresía y se regocija viendo los cerdos revolcándose en su propia mierda que llaman arte. Un artista verdadero fue Paul Gauguin, una rata sifilítica que se masturbaba viendo hundirse la nave que artísticamente había abandonado. Paul nos enseñó que el artista es esencialmente un cínico.

martes, 20 de noviembre de 2012

Mi Estado es muy grave

Antes de yo nacer mis padres lo presentían, por eso me hicieron en secreto. Cuando ya estaba por venir corrieron a casarse, pero nací justo el día en que debían hacer el trámite (firmaron el documento una semana después, en otra ciudad, en secreto, no hay fotos). Nací en un hospital, atendido por médicos y enfermeras, por lo que seguramente estaba enfermo. Mi madre también 
tuvo que quedar internada unos días. Me dieron unas vacunas sin preguntarle a nadie. Esas vacunas me las siguen dando hasta hoy, cada tanto me obligan a dármelas. Sin ellas no se puede trabajar, ni hacer casi nada. Me sacan fotos, me hacen estudios, para andar en mi moto me revisa un médico, un psiquiatra, un dentista, un inspector y un funcionario ojeroso me plastifica un cartoncito. Cada tantos años debo poner un voto secreto para elegir a quien contrata a esos médicos, psiquiatras, dentistas, inspectores y funcionarios ojerosos. Mi madre también fue funcionaria, de un hospital estatal. Vivía rodeada de médicos, por eso sabía que yo estaba enfermo: pies planos, dientes torcidos, caspa, siempre algo. Y sus compañeros médicos siempre la aconsejaron bien. Mi Estado no fue tan grave porque, a raíz de mi enfermedad, solía estar bien alimentado. Mi madre siempre se ocupó de sacar buena comida del hospital (ella trabajaba en la cocina): frutas verduras, tremendos pedazos de carne. Todos sus compañeros hacían lo mismo. Recuerdo que yo también dormía con sábanas con el sello del hospital, era como estar internado en mi propia cama. Como los médicos decían que yo estaba mejor, pero que volviera la semana siguiente, mi madre se quedaba más tranquila. Creo que ella estaba contenta con mi Estado y, aunque hubieran otros problemas, mi madre estaba bien. Yo conocí a algún hijo de compañeros de mi madre, todos estábamos regordetes (pero gravemente enfermos). De chiquita mi mamá era sana, pues se crió en el mundo de antes, tan sana que no fue a la escuela. Pero ahora el mundo está enfermo y también toda la gente que vive en el. Desde que recuerdo ella tambien estuvo enferma. En casa abundaban cajas de Librax, Lexotan y cosas con x. Mi madre cocinaba riquísimas tortas que les llevaba a los médicos. En agradecimiento ellos le daban recetas verdes que ella cambiaba por cajas con equises. Como desde hace unos años mi mamá se olvida de las cosas, se olvidó de tomar sus remedios, pero no le pasó nada, bueno, sí, le pasó que ahora está más contenta que nunca. Mi madre estaba cansada de trabajar, enferma, y no podía soportar las cosas de su trabajo, era todo demasiado, la entiendo. Por mi Estado la livianó la carga y me metieron en una escuela. Como creo que yo era medio idiota, como mis compañeros, cómo iba a equivocarme cantando el himno. No era tan largo! Pero como éramos una manga de imbéciles igual nos equivocábamos. (Sigo siendo bastante nabo, pues hay un montón de palabras del himno que no sé qué quieren decir). Igual en los actos disfrutábamos; me gustaba ver a las maestras con sus peinados duros de fijador, tan lindas ese día, cuando había que arreglarse pues venía la inspección. Así seguía yo viviendo en mi lamentable Estado, enfermo. Mis padres querían que yo trabajara en el banco, que usara corbata como los doctores que ella admiraba. Pero a mi me gustaba dibujar, qué enfermito! Me acuerdo que hizo una torta y me mandó a llevársela a la doctora Falero, y ella me habló del sacrificio que hicieron mis padres. Me llevaron a lo del Waco para que me convenciera, que entrara al menos a trabajar en la textil. Pero yo debía ser además medio sordo pues no les hice caso (la tetil del Waco cerró al poco tiempo). Y bueno, aquí sigo, sordo, terco, en un Estado más gravemente enfermo que nunca. Al final los médicos tenían razón: estoy loco.

La guerra es silenciosa


¿Nunca se preguntaron por qué siguen yendo barcos a la guerra, siendo que los mismos resultan blancos tan obvios? Es que la guerra no es como pensamos, no se trata de destruir, es un juego de estrategia. Cualquier militar sabe que, precisamente, la seguridad de un barco radica en que, para el enemigo, hundirlo, sería un mal negocio. Vale mucho más una buena avería, tener que regresar a puerto, ocupar otros barcos en su escolta, los gastos de reparación, manutención de la tropa en tierra y mil complicaciones más, que simplemente mandarlo a pique. En toda conquista histórica siempre ha sido tan importante el territorio obtenido como su población. ¿De qué vale la tierra sin esclavos que la trabajen? Los mongoles saqueaban caravanas comerciales pero sabían dejar un tercio del botín en manos de sus víctimas. De esta manera podrían reestablecer su negocio y regresar más tarde con una nueva caravana. Los mongoles se aseguraban así "el pan para mañana". El terrorismo funciona igual; terrorismo no es volar un auto en la calle, terrorismo es que no poder ni asomarse a la ventana sin pensar que en cualquier momento va a pasar algo. Al terrorista no le importa si en la explosión muere uno, o doscientos, o nadie, lo importante es el hecho estratégico. Que estalle una bomba en un centro comercial, o que sea desactivada a tiempo por los servicios de seguridad da lo mismo. ¿Quién se animaría a ir a comprar de nuevo allí? (Y los comercios no cobrarían ningún seguro). Los dedos se levantarían contra los encargados de la seguridad, ministros y funcionarios, reclamando su sustitución por otros nuevos. El terrorismo se ejerce a muchas escalas, en la vida cotidiana, también en nuestros pacíficos países. La guerra se está librando en todo momento en insospechados frentes. El ejército, la policía, las iglesias, los centros educativos y muchísimas otras instituciones basan su poder en el miedo y la represión. Ellos cuentan con nuestro aval, los pedimos a gritos, los mantenemos y amparamos en la legalidad, es un terror legal. El estado, concepto etéreo y a-personal es el escudo perfecto de la impunidad. En el estado nadie es responsable ¿el presidente? el hace lo que el pueblo manda! Cuando un actor de peso arroja una bomba, la onda expansiva recorre el mundo. El estallido necesariamente obliga a todos a tomar partido, y muchas son las cabezas que caen (para ser reemplazadas enseguida por otras). Vivimos una época de finísimas conexiones de poder global. Ya no tiene sentido hablar del imperialismo yanki, pues, como dijo Marx hace más de 100 años "el capital no tiene patria". La guerra es una, la del principio, la de siempre, que aún no ha terminado. Lo que nos espantan son las batallas, porque hacen ruido, pero el verdadero problema es silencioso. Henry David Thoreau, quien vivía austeramente, observó que "para contar las cosas que necesita el hombre para vivir le alcanza con los dedos de sus manos; y si fuese necesario más, aún le quedan los de los pies". El problema comenzó cuando a alguien se convenció de que lo que tenía no era suficiente.

martes, 13 de noviembre de 2012

La hamburguesa de Sócrates


El gran Sócrates definió al amor más o menos en estos términos: un padre es padre porque tiene hijos, un hermano es hermano porque tiene otros hermanos; el amor, por lo tanto, es amor porque ama a algo. El amor no es lo más bello, sino que ama la belleza. El amor ama todo lo que no es y lo que no puede alcanzar. Y termina Sócrates diciendo que, naturalmente, el hombre ama, sobretodo, a su hijo, pues es este su creación propia y la carne de su carne. Este hijo despierta el amor más sublime pues representa para el hombre la promesa de eternidad. Disculpeseme este resumen tan escueto y parecido a pequeña carnicería. Y la comparación es muy acertada, pues fue una hamburguesa la que me despertó estos pensamientos. La tarde invitaba a hacer un fuego y a asar una deliciosa hamburguesa casera de las que preparé hace unos días para congelar. Por supuesto mi hamburguesa de marras, además de mayor tamaño que las compradas, contaba con varios aderezos de mi predilección ya incorporados a la pasta de carne. Debo mencionar que mi receta incluye proteína de soja en la mezcla, lo que evita un encogimiento de la hamburguesa luego de su preparado. Prefiero obviar investigaciones y comentarios acerca de la procedencia de la proteína aunque este artículo tiene puntos en común con la polémica sojera. Quizás muchos de ustedes hayan oído hablar de la empresa multinacional Monsanto. Esta empresa encarna todos los más crueles demonios globalizadores en su más despiadados clichés.  Lo que Monsanto ha hecho es crear variedades de vegetales y patentarlos. Lentamente, los productores de alimentos se están viendo cada vez más cercados y, para poder producir, deben comprarles semillas al monopolio autoimpuesto (con colaboraciones varias, como siempre) de Monsanto. Salvando las distancias, es lo mismo que acaban de hacer ciertos señores que se les ocurrió patentar la canción anónima de "cumpleaños feliz"). Pero las cosas están así. Convencido como estoy de que el poder no se tiene, sino que se ejerce, creo que aquellos que ejercen el poder, lo pueden hacer porque, en el fondo, todos estamos de acuerdo en que así sea. A modo de ejercicio mental, me gusta analizar los temas por su contrario; de este modo siempre encuentro interesantes sorpresas. Descubrí que mi hamburguesa contaba con las dos caras que se disputan el poder en el presente. Utilizar a la semilla como metáfora del futuro, de tan obvio, resulta ya burdo. Pues bien, Monsanto, a su modo, lo que hace es tratar de preservar ese futuro. Seguramente no sean propósitos tan nobles los que lo motiven, pero, en definitiva, lo está haciendo. Las semillas vencen al tiempo y son capaces de dar alimento casi indefinidamente. Granos varios han sido hallados en las tumbas egipcias y han logrado germinar sin problema aún miles de años después. La semilla es, entonces, la metáfora materializada de la eternidad. (No digo con esto que Monsanto sea el amor!). ¿Y qué es lo contrario de lo eterno? Lo contrario de lo eterno es todo aquello que se oponga a la ley de la entropía, o segunda ley de la termodinámica. Esta ley básica rige nuestro universo y enuncia algo más o menos así: todo lo caliente se va a enfriar, todo lo frío se va a calentar, todo se destruye, hasta encontrar el equilibrio inmóvil. Toda hamburguesa congelada, tarde o temprano, se va descongelar, concluyo yo. En mi hamburguesa descubro que la economía mundial se basa en el mantener a toda costa la cadena de frío. Cada vez que hay un apagón aquí en la costa, y los hay en cada tormenta, la mayor preocupación es qué sucederá con las heladeras de los comercios. Piensen en sus propias casas, qué sucedería si estuviesen un par de días sin luz. El comercio mundial, la búsqueda de mercados, los grandes barcos frigoríficos surcando los océanos...  las guerras para despejar esas rutas. Si hasta podemos comprar un helado holandés o langostas del caribe en la esquina de casa! La lucha del hombre por encontrar comida y mantenerla en buen estado es el motor que ha movido al hombre desde siempre. Pensemos en el petróleo, para qué sirve el petróleo si no para mover esos barcos, aviones, trenes, camiones que lleven alimentos y a los hombres a sus trabajos para producirlos. Gente yendo a ganarse el pan! Lo que alentó la exploración europea del mundo fue la necesidad de encontrar nuevas rutas para conseguir las especias para conservar la carne. Sin estas, la putrefacción se aceleraba enormemente. Pensemos en la sal, como conservador ancestral de alimentos. La sal era el dinero de la antigüedad (de ahí la palabra salario). La cadena de frío domina nuestras vidas, y su interrupción significaría una catástrofe para nuestro sistema. Sé que muchos grupos ecologistas y naturistas se la han agarrado en contra de Monsanto y le han declarado la guerra. Por supuesto, la empresa está acaparando un enorme poder: nada menos que el futuro alimenticio de nuestro mundo. Quizás un terreno interesante donde librar la batalla al fenómeno Monsanto (léase batalla por la libertad y el futuro) sería en la cadena de frío. Se debe ser muy cuidadoso estudiando la estrategia a seguir, pues todo el poder de Monsanto radica en la especulación de la ocurrencia de alguna gran catástrofe. La caída de la cadena de frío significaría el final de nuestro sistema. A pensarlo.