jueves, 26 de julio de 2012

Las venas del documentalista


Las olas eran apenas ondas que subían y bajaban. En su caseta, Diego, el guardavidas, daba gracias a un verano que se marchaba sin sobresaltos. Los caminantes nos cruzábamos cruzándonos miradas y seguíamos. Hacía tiempo que no veía a mi sobrino. Es un tipo raro, bioquímico, de pocas palabras. Andando por la orilla le pedí que me contara qué estaba haciendo; estaba estudiando la oxidación de la albúmina de la sangre. Ah, contesté. Mi sobrino debe su nombre, Jenner, al descubridor de la primera vacuna, la de la viruela. O sea: nació para eso. En realidad, me explicó, que él estudia la oxidación de la albúmina de la sangre (que ni sé qué es) con ningún fin en concreto. Ni siquiera usa albúmina de la sangre, lo hace todo con una computadora; calcula cómo los electrones libres se combinan con los electrones de otras cosas y predice cómo se comportarán las moléculas resultantes (o algo así). Cualquier descubrimiento que logre se publica en revistas científicas que se combinará luego con otros hallazgos o llenará huecos que, posiblemente deriven en algún medicamento, o vaya a saber uno qué. A Jenner ni le interesa ese qué. Es un tipo muy reservado. Seguimos caminando; luego de la pequeña bahía el viento cambiaba, las olas se levantaban un poco más. El otro guardavidas había optado por apostarse cerca del agua. A mí me dió un poco de frío. Jenner seguía en silencio, yo lo observaba con el rabillo del ojo.
- ¿Ahora vas pensando en la oxidación de la albúmina de la sangre?-le pregunté.
- Sí-me contestó.


albúmina 
f. bioquím. Cualquiera de un grupo de proteínas de bajo peso molecular, solubles en agua y soluciones diluidas de sales; coagulan por el calor.

álbum
m. Libro en blanco cuyas hojas se llenan con breves composiciones literarias, sentencias, piezas de música, fotografías, grabados, etc.:

El documental es un álbum de la sangre.

jueves, 12 de julio de 2012

Grand Prix


Tenía yo unos trece años cuando fui por primera vez solo al cine. Ví "El hombre araña" en el Grand Prix. Nunca olvidaré el camino de ida, la plaza de deportes, la subida de San Martín (mi viejo me había indicado el camino), y la cola en la boletería. Por algunas semanas me hice relativamente famoso en la escuela al haber construído un artefacto de alambre y gomitas bastante parecido al del super héroe que, a falta de telaraña, lanzaba hilo de coser desde mi muñeca a unos metros de distancia. Ayer, treinta años después, volví a entrar al Grand Prix. Al igual que mi vida, el viejo cine del barrio conoció avatares insospechados. A muchos años de la extinción de sus linternas, el local fue cualquier otra cosa menos cine, hasta mi entrada de ayer (el boleto número 00032), cuando reabrió sus puertas. Según información de la prensa, el rescate del viejo cine se debe al sueño de un uruguayo de los retornados al país. Trajo 450.000 dólares para vivir en carne propia la historia del Cinema Paradiso. Yo estaba ayer en la primera función, con La era del Hielo 4. El cine estaba precioso. La apertura, programada para el mediodía, debió suspenderse, pues todavía estaban pegando la moquette al suelo. Entre olor a cemento y pop, habremos sido unos 200 vecinos los que asistimos a la gran gala barrial. Un auto recorría las calles del Cerrito anunciando a viva voz la reapertura del Grand Prix. En la puerta, un carro de panchos seguramente se haría "la del día". La película no era en 3D, claro, pero parecía contar con alguna nueva tecnología secreta, pues el frío en la sala era tan grande que parecía salir de los glaciares de la pantalla. Estoy seguro que muchos de los niños presentes (la mayoría eran niños), jamás habían podido ir al cine. El boleto del Grand Prix cuesta casi la mitad de lo que sale en los shopping. Quien quisiera ir al cine debía trasladarse a las zonas "bien" de la ciudad, pagar transporte y todos los gastos accesorios de cuando se emprende una aventura tan lejos de casa. Ahora el cine está allí nomás, a la mano. Los niños vieron la película ajenos a la posibilidad de cambio que este sueño de un uruguayo puede provocar en sus vidas. No conozco al arrojado empresario ni los detalles del negocio, pero seguramente habrá sentido una gran emoción cuando bajaron las luces y comenzó la proyección. (Debo confesar que yo también derramé más de una lágrima). Sin duda los shopping seguirán atrayendo la gran masa de público, pues es, sobre todo, un acontecimiento social, una pasarela y un imán al resto de los negocios que comparten techo con los cines de las majors, todo un sistema que se retroalimenta. El Grand Prix es, sobre todo, un acto de amor a todos aquellos que quisieran, pero no pueden y, sobre todo, un acto de amor al cine. Es una apuesta a un mundo en extinción, pero aún no extinguido. Ardua y loable tarea le espera al cine del barrio en la formación de público. La oferta de la única sala deberá planificarse muy finamente para poder obtener réditos económicos. Por ello es fundamental el trabajo de formación para la creación del hábito. Este David no pretende voltear ningún Goliath, sino más bien lograr sobrevivir. El público mayor seguramente esté encantado con la reapertura y muchos de ellos volverán al viejo cine como a una máquina del tiempo. La gente menuda posiblemente deba derribar prejuicios que puedan surgir al comparar el Grand Prix con las luces y escaleras mecánicas de los shoppings abarrotados de vidrieras de venta de ilusiones y frustraciones. El Grand Prix también puede llegar a ser nuevamente un evento social, un punto de encuentro de vecinos. Ayer se notaba, a pesar del frío, la calidez de hogar; el Grand Prix se parecía a un cine y no a una nave espacial de terciopelo.

lunes, 9 de julio de 2012

El documentalista y la ética


El documentalista y la ética

Un documentalista verdadero actúa guiado por la ética. La conciencia debe permanecer brillando cristalina detrás de cada una de nuestras películas. Cualquier desvío del camino será imposible de ocultar a una conciencia alerta. Aunque nadie tiene la verdad completa, una película comprometida debe perseguir la verdad. Una película que persiga la verdad se tornará en necesaria; una película necesaria solo puede ser buena. Lo bueno siempre deja en evidencia  lo malo. Lo bueno no teme hablar con firmeza. Yupanqui decía: cuando le pase algo a usted, quédese callado; pero cuando eso involucre a muchos, es obligación salir a gritarlo. Un documental necesario siempre es una denuncia. Lo denunciado siempre es hecho que se aleja de la ética. La antiética se combate con la ética. La antiética es una grieta del sistema. El sistema es quien nos da dinero para hacer nuestras películas ¿QUÉ HACER?

Acaba de llegarme un email donde el ICAU invita cineastas a revisar las bases de los fondos de cine de Uruguay. Ya han comenzado a surgir ideas de ajustes de aquí y allá de mis colegas. Por supuesto todas las sugerencias irán en torno a facilitar más aún nuestro acceso a los dineros públicos. Tal relativa bonanza en Uruguay quizás plantee ciertos problemas éticos a los documentalistas (a mí me sucede). No dudo de las transparentes intenciones de las autoridades de mi país  
en allanar los caminos al arte. El problema, especialmente en el documental, es que este se siente a sus anchas en caminos ríspidos. Y el documental necesario existe por la rispidez del camino. Creo que el documentalista comprometido es un militante que toma por arma una cámara. No descubro la pólvora al decir que ningún país del mundo ha llegado al nirvana. Y de ser así, sería una falacia total, pues habría sido fundado en la miseria del resto de sus congéneres más allá de fronteras. Por lo tanto, nos encontramos muy lejos, enormemente lejos, de no tener más necesidad de documentar/denunciar el mundo. Como vemos, el propio sistema tiene sus formas de reformularse mediante, en este caso, fondos para las artes. Pero estos fondos nunca van a ser suficientes, no solo por escasez de dinero, sino por la cantidad de cosas a reformar. Está de más decir, además, que no le compete al cine ni al arte hacer revoluciones. Pero conviene no perder nunca de vista la ética. Es sabido que una cosa siempre puede ser también lo contrario. Tal bonanza de fondos en Uruguay y otros países (que vamos, tampoco lo es tanto!), implica riesgos de concesiones en muy diversos grados. Nuestra apuesta, como militantes del cine, es a nuestro arte: con la mira puesta en el cine y nuestro índice engatillado en la ética
El cine no va a cambiar el mundo, pero puede cambiar la forma de entenderlo.