La vida en colores
El otro día, junto a mi amigo colombiano Diego García-Moreno, visitamos dos museos de dos maestros de la pintura uruguaya. En el segundo de ellos, museo que recoge la obra de José Gurvich, quien murió a los 42 años (mi edad de hoy), Diego comentó "Mira que trabajaba esta gente". Lejos de ser considerados genios, pues es algo difícil de conseguir, si es que se consigue o que, y me inclino por esto último, ya viene con uno, qué duro que es poder llegar a tener una producción sostenida y de cierta calidad. Embromábamos entre nosotros "hacemos dos películas y nos ponemos a disertar durante meses sobre lo que hicimos". Es que, además, es muy duro el armar todo el andamiaje necesario para realizar una película; por eso no puedo ocultar mi envidia ante otras artes más inmediatas, como la pintura, por ejemplo. De la idea a la tela el paso es muy corto. Por supuesto, lograr una obra de calidad, ni le llamemos maestra, lleva mucho tiempo; lleva vida. Es fruto de la maduración interior, sin medidas de tiempo determinadas, son paradas de un camino personal, intransferible y en un solo sentido.