martes, 9 de noviembre de 2010

Cuenca, Ecuador

Luego de varios viajes por diferentes países y continentes he regresado a Ecuador, a la hermosa ciudad de Cuenca. Es una ciudad de corte elegante, caída a la medida, y una textura y tejido que resultan muy cómodos al andarla. Pues sí, parece haber sido hecha por un sastre. Hoy por la mañana me dediqué un rato a hacer lo que más me gusta, contemplar. Rodeando la plaza principal, resguardándose del sol que cae frío pero lacerante bajo los arcos de las pasivas se encuentran los lustrabotas. Y a mí me gusta ir y pararme a contemplar su trabajo. Arriba de sus sillas, los despreocupados cuencanos hojean las noticias, o, simplemente, ven la vida pasar. Más abajo, el lustrabotas repite su zarandeo ya sin tiempo entre betunes y trapos negro brillante. Y yo, mientras, reflexiono sobre el cine. Me quedo como flotando, observando la escena, mientras más y más zapatos reviven su cuero. ¿Qué es lo que me atrapa? Pienso, que lo único certero en la vida es el paso del tiempo. Y el hombre, con su acción, es la manifestación palpable de ese tiempo invisible. El lustrabotas era el paso del tiempo, el lustrabotas era la devoción. ¿Qué acto es más noble que el dedicar mi preciado tiempo a preparar los zapatos de los caminantes? Lo único verdadero es el paso del tiempo, y el plasmarlo en arte es el desafío del cine.